—¿Ocurre algo? —llegó una voz desde la entrada que le hizo dar un respingo.
Durante unos instantes se había olvidado por completo de lo que estaba haciendo, pero en cuanto escuchó aquellas palabras quebradas que lo llamaban prosiguió con su búsqueda. No tardó mucho en topar con los envases adecuados. Volvió con la pequeña cajita de cartón y le dio a Alberto uno de los comprimidos que había dentro. Mientras este se lo tragaba, sacó de su mochila una botella de agua y se la entregó también.
—Gracias —dijo tras dar un trago.
—Te hará efecto enseguida. Por cierto, mira lo que he encontrado allí atrás —cambió rápidamente de tema, mostrando el arma que acababa de recoger.
Alberto sostuvo la pistola un momento en su mano, comprobando que era real, que pesaba, y luego se la devolvió y lo miró directamente a los ojos.
—¿Por qué no me has avisado de esto? —había una leve indignación en su voz.
No parecía enfadado, pero sí algo extrañado. Martín apartó la mirada y el otro hombre supo que le había ocultado algo.
—¿Qué ocurre?
—Es el primer síntoma. Primero viene el dolor, luego la fiebre —mostró otra caja que sostenía en la mano y que había recogido durante su búsqueda —y luego el coma.
—Pero, ¿entonces a que viene esa expresión? —preguntó tras sopesarlo un rato.
—Verás —comenzó, evitando mirarlo a los ojos—, este síntoma suele tardar más en aparecer. Es posible —quiso decir "casi seguro", pero no se atrevió —que la dosis que te han introducido con la mordedura sea mayor de lo que había imaginado. O a lo mejor es por la situación de la herida, tan cerca del corazón...
—Quieres de decir que me queda menos tiempo —escupió y esperó a que Martín asintiera para continuar hablando—. ¿Cuánto?
—Por el lapso que has tardado en mostrar el primer síntoma, yo diría que te quedan menos de veinticuatro horas. Pero si nos damos prisa y tenemos algo de suerte, lo conseguiremos —sentenció con optimismo.
—Está bien, pero primero vamos a buscar a mi hijo —y dicho esto, se levantó.
—Sería mejor dejar eso para después. Te debilitarás poco a poco, es más...
—¡No! —lo interrumpió Alberto con rotundidad—. Primero mi hijo, después la cura. Si quieres puedes continuar tú solo, yo te alcanzaré.
Martín sabía que era inútil discutir, así que no hizo más intentos de persuasión. Simplemente se resignó a cumplir los deseos del que se había convertido en su compañero de viaje.
—No, iré contigo.
Salieron con energías renovadas, pero con la tenebrosa sensación de que el tiempo les perseguía, como un buitre que, pacientemente, esperaba la debilidad de su presa para abalanzarse sobre ella. No tardó en presentárseles el primer obstáculo y se dieron cuenta de la suerte que habían tenido hasta ese punto.
Martín caminaba delante guiándose por las indicaciones de Alberto, con el hacha en mano y la pistola en la cintura. Sabía que no debía disparar, el ruido atraería demasiado la atención y no podían correr mucho, no con su compinche en aquel estado. Al llegar a un cruce aparentemente normal, Martín ni se molestó en mirar primero, solo siguió avanzando y se quedó de piedra cuando vio que en la parte derecha de la calle que estaban atravesando había un grupo de zombis vagando sin rumbo. Ninguno había reparado en su presencia y, sigilosamente, volvió atrás sin levantar el más mínimo eco. Le hizo una señal a su compañero, quien se había quedado algo rezagado con la vista fija en el escaparate de una tienda, y ambos se reunieron en la esquina para observar el comportamiento de aquellos seres.

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Primer Mordisco
Terror«Aquel día cambio la vida de mucha gente, las vidas de todos nosotros. Nos desvió, pero... De alguna manera también nos dio impulso. Como un tsunami, como... Somos como réplicas de un terremoto. Cada uno de nosotros vibra, se mueve impulsado... impu...