Tres, seis, nueve... Nueve filas de pupitres. Es buena señal.
Ya había concluido su jornada y se encontraba de un humor excelente. A esas alturas el vuelo de Dafne ya habría salido, se encontraría lejos de allí. Ya no podía alcanzarla.
Sonrió satisfecho. Se sentía como si hubiera ganado al ajedrez a Kaspárov con una jugada maestra.
Salió al pasillo, y buscó a su compañero de trabajo y de cuarto. Subió las escaleras y contempló el ocaso. El sol ya rozaba el frondoso horizonte y pronto se sumergiría entre las copas de los árboles. El recinto de la universidad había sido levantado en un claro del bosque, sobre una colina poco pronunciada, y se encontraba a media hora a pie del pueblo más cercano. Era un paraje aislado.
Perfecto para poner en marcha planes que no quieres que conozca el resto del mundo.
Nick no tenía ni la menor idea de que clase de acontecimiento iba a tener lugar allí. Quizás se convertiría en alguna clase de prisión, o refugio intensamente. No sabía para qué eran tantas cámaras y micrófonos, ni las alarmas, ni el cercado que habían instalado rodeando el terreno. No puede ser para nada bueno.
En esos momentos no había allí alumnos, ni profesores, ni bedeles, ni limpiadoras. Ni siquiera vigilantes. Solo pululaban por el recinto los operarios del Promotor. Todos habían sido instalados en una pequeña población de montaña de las afueras que se había aislado de la era de la informática.
Nadie estaba seguro de cómo había vaciado la zona, o de donde se encontraban los alumnos, pero la teoría más aceptada era que el dinero era capaz de obrar milagros. Eran muchos los que repasaban la prensa buscando una noticia, una mención, algo. Pero nunca veían satisfechas sus ansias de información.
Esto está bastante apartado como para que nadie sospeche.
Estaba sumido en sus pensamientos cuando sintió una mano en su hombro.
—¿Nos vamos? —preguntó Jaime, quien se había colocado a su lado sin que lo viera.
Nick asintió cuando se le pasó el susto.
Iban cuatro compañeros en la furgoneta. Era una de las que les habían proporcionado para moverse y trasladar materiales. No tenían vehículos, suficientes por lo que se turnaban y había un pequeño grupo de trabajadores que tenía que caminar todos los días.
La pequeña villa en la que se alojaban se levantaban sobre una llanura deprimida y rodeada de montañas por los cuatro costados, conectada al mundo exterior por sinuosas y estrechas carreteras que parecían copiar ríos de meandros pronunciados. Era un pueblo constituido principalmente por agricultores y explotaciones ganaderas, sin otro objetivo en la vida que enviar a sus hijos lo más lejos posible. Eso era prestigio. La gente era amable y acogedora, los habían recibido con los brazos abiertos. Solo había un par de hoteles, que fueron insuficientes para alojar tal volumen de visitantes, pero muchos de los aldeanos ofrecieron sus hogares al ver la compensación económica que recibían aquellos que daban alojamiento.
Nick, Jaime y los dos compañeros que iban con ellos se encontraban alojados en el hotel más nuevo, el que se encontraba en las afueras. Era una construcción de cuatro pisos que despuntaba por encima del resto de casas. Su aspecto exterior no hacía grandes promesas, pero el interior estaba bastante bien equipado. Era limpió, acogedor, y parecía haber sido restaurado hacía poco.
En la entrada los recibió una pequeña anciana encorvada que hacía de recepcionista:
—Esto ha llegado hoy para usted —dijo, tendiéndole un sobre marrón a Nick con una mano estremecida por los años.
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Primer Mordisco
Horror«Aquel día cambio la vida de mucha gente, las vidas de todos nosotros. Nos desvió, pero... De alguna manera también nos dio impulso. Como un tsunami, como... Somos como réplicas de un terremoto. Cada uno de nosotros vibra, se mueve impulsado... impu...