Salieron al exterior por la puerta del comedor y se encontraron con que el sol había sido cubierto parcialmente por un cúmulo de algodonosas y oscuras nubes.
—Parece que va a llover —dijo Martín sin dirigirse a nadie en particular.
—Es mejor que... —empezó Rubén, pero no terminó, lo que veía le impedía hablar.
Todo el grupo estaba mirando en la misma dirección, hacia las escaleras de la entrada. Con paso lento y zigzagueante, una multitud de tortugas ascendían arrastrando los pies por los empinados escalones. Había un gran número de ellos, heridos y mutilados, restos de sangre en la cara y las manos, y las ropas rasgadas. Algunos incluso iban completamente desnudos, mostrando una piel entre marmórea y amoratada.
—Saltaremos por detrás —dijo Rubén, quien estaba más acostumbrado a las situaciones límite y le costaba menos reaccionar ante lo inesperado.
Tiró por el hombro de Alberto, que dejó de observar la inquietante escena casi al instante para hacer lo que el adolescente decía. Martín se giró también, pero la joven no se movió ni un milímetro. Tenía la boca entreabierta y los temblores, anteriormente concentrados en sus manos, se habían extendido por todo su cuerpo y se manifestaban sobre todo en su labio inferior.
—Vamos —insistió el joven de la catana girándole el rostro para capturar su mirada—. No nos alcanzarán.
Ella hizo caso omiso y avanzó, dio un paso hacia el peligro mientras estiraba un brazo hacia delante. Apenas había dado un par de pasos cuando cayó de rodillas y gritó:
—¡Lo siento!
Ninguno de los zombis reaccionó, pero a lo lejos se escuchó un aullido. Rubén, que sabía muy bien lo que eso significaba, se agachó junto a ella y la cogió en brazos. La mujer se dejó llevar, estaba demasiado débil. No se resistió. La gravedad hacía que las lágrimas resbalaran por su rostro.
Martín y Alberto ya habían saltado la valla y se las habían apañado para pasar al niño con ellos, pero el adolescente no tenía mucho tiempo. Por el sonido, dedujo que la liebre había llegado a la congregación de zombis y se estaba abriendo camino sin mucho cuidado. Se acercó a la alambrada y trató de que la mujer trepara con sus propias manos, pero ella estaba ida, fría, como si la muerte la hubiese rozado. Ya ni siquiera lloraba. La cargó como pudo a la espalda y comenzó a trepar. Con algo de esfuerzo consiguió llevarla a la cima y dejó que los otros hombres le ayudaran a bajarla por el otro lado. Viró la cabeza, para comprobar el tiempo que le quedaba, pero no pudo ver nada. Una mano lo cogió con fuerza de un pie, tiró, e hizo que se desestabilizara y cayera otra vez dentro del recinto. El golpe en la espalda lo dejó sin aliento y lo siguiente que sintió fue como un anciano con la mandíbula desencajada se abalanzaba sobre él. Se resistió como pudo, pero aquellos dientes seguían acercándose inexorablemente.
Un disparo cortó el aire.
Tras el fogonazo escuchó un grito de dolor por encima del pitido que hacía vibrar su tímpano, pero Rubén seguía sintiendo la vida, el calor, en aquel ser que se encontraba encima de él. Otro tiro más acabó con la criatura. Supo al instante que estaba muerta, pues dejó de percibir el instinto asesino que la envolvía. Lanzó una mirada al muerto, que tenía un agujero en la cabeza, se deslizó rápidamente y examinó con diligencia su propia piel para ver si había daño alguno. Al final, dejando que el aire calmara sus pulmones, echó un ojo al otro lado de la verja, en concreto sus ojos se focalizaron en el hombre más joven, quien aún empuñaba el arma.
Tardó solo un instante en recolocarse y escalar la alambrada. Todos estaba a salvo, él había salido ileso, y la mujer ya estaba de pie. Al parecer los tiros la habían sacado de su ensimismamiento. Ahora lo escrutaba con miedo. Fue entonces, cuando aquella mirada lo perforaba, cuando sintió caer sobre su rostro la primera gota, la que iniciaría el diluvio.

ESTÁS LEYENDO
Primer Mordisco
Horror«Aquel día cambio la vida de mucha gente, las vidas de todos nosotros. Nos desvió, pero... De alguna manera también nos dio impulso. Como un tsunami, como... Somos como réplicas de un terremoto. Cada uno de nosotros vibra, se mueve impulsado... impu...