Alberto se levantó y se encaminó hacia la cocina, allí encontraría algo con que limpiar el semblante sin vida, pero al dar dos pasos sintió un ligero desvanecimiento. El calor ya se había extendido por todo su cuerpo en cuanto puso un pie allí, en el comedor, y creyó que era el resultado de la impresión, de ver las cenizas del infierno, pero ahora, al palparse la frente, se dio cuenta de que tenía fiebre. Un sudor frío y pegajoso le recorría todo el cuerpo y hacía que la mochila se le pegase a la espalda. La vista le falló y pensó ver una figura moverse por debajo de las mesas, pero solo era una sombra.
Asió con fuerza el hacha y tomó todo el aire que pudo, anticipándose a lo que allí pudiera encontrar, y se dispuso a empujar la puerta de metal que guardaba el interior de la cocina con recelo, como si allí se escondiese un fabuloso tesoro.
Pero nada. La puerta no se movió ni medio milímetro. Volvió a intentarlo, a girar el picaporte con vigor, con idéntico resultado. Palpó la superficie, acariciándola, pegó la oreja contra la helada superficie y escuchó.
Allí había alguien. A pesar de la gruesa lámina que los separaba, Alberto podía oír una respiración agitada, sofocada. Se apartó y tentó a la suerte al levantar un poco la voz para soltar un "¿hola?", en un volumen que no superó mucho a un susurro.
Contuvo el aliento, intentando afinar el oído, buscando una respuesta. Nadie contestó.
—¿Hay alguien ahí? —volvió a la carga mediante aquella pregunta formulada con el doble de intensidad. Estaba jugando con fuego y lo sabía. Los zombis tenían muy buen oído. Pero, por otra parte, estaba convencido de haber escuchado a un ser vivo al otro lado—. No voy a hacerte daño. Solo quiero ayudarte —habló esta vez en un tono que mezclaba súplica y curiosidad a partes iguales.
Se oyó movimiento, pero no fue al otro lado de la puerta. El sonido había sido generado en el comedor, en alguna parte del mismo. O fuera... Lo he registrado todo. Está vacío. Habrá sido mi imaginación, pensó Alberto, ignorando el mal que lo acechaba.
—Por favor, ábreme. Sé que estás ahí. No hay peligro...
Un alarido desgarró la calma e hizo que el hombre pegara un bote y se girara.
Por la puerta exterior había entrado una criatura, pero no estaba muerta. Su grito lo había delatado: era un infectado. No dudó ni un segundo, y con una agilidad pasmosa comenzó a correr hacia él.
Mierda, fue lo único que la mente de Alberto fue capaz de sintetizar antes de asir con las dos manos el hacha y encarar a su atacante. El infectado abrió la boca y lanzó un alarido que lo hizo vibrar y perder la resolución. Era un grito de dolor, desesperado, que casi despertaba la pena. El hombre no consiguió mantenerse firme y, sin saber muy bien como ocurrió, aquella criatura le golpeó el brazo antes de que pudiera soltar un hachazo y le hizo soltar el arma. Pero él no se rendiría, no en aquel momento. Lo que hizo para igualar las cosas fue lanzarle una patada y desestabilizarlo. La criatura cayó al suelo y él consiguió posponer su muerte, al menos durante unos instantes. Corrió hacia el pasillo por el que había venido, pero su torpeza habitual se presentó e hizo que cayera de bruces poco antes de salir de las sombras. Se dio la vuelta como pudo, pero ya lo tenía encima, había conseguido recuperar la verticalidad y se encontraba unos metros detrás de él, caminando deprisa con un pie roto. Alberto comenzó a arrastrarse de espaldas, sin ser capaz de apartar la vista del encolerizado ser, pero estaba seguro de que su final se acercaba. El infectado, como para recrearse con su victoria y el sufrimiento de su presa, o debido a su extremidad inservible, había dejado de lado su acostumbrada premura. Caminaba lentamente y con dificultad. Estiró los brazos para agarrarlo y Alberto consiguió ver el rostro de la parca en todo su esplendor mientras un pútrido olor le invadía las fosas nasales. Antes de que las infectas manos se cerraran en torno a su garganta, el hombre juntó los párpados.
ESTÁS LEYENDO
Primer Mordisco
Horror«Aquel día cambio la vida de mucha gente, las vidas de todos nosotros. Nos desvió, pero... De alguna manera también nos dio impulso. Como un tsunami, como... Somos como réplicas de un terremoto. Cada uno de nosotros vibra, se mueve impulsado... impu...