E P Í L O G O

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_Sheccid_

Llegué a mis aposentos, hace unas semanas había sido el día de la Gran Batalla de los Dioses, ahora veo que las grandes batallas, son mera exageración de quien las cuenta. 

La habitación era enorme, eso lo había notado en cuanto entré por primera vez, lo que más me dolía al verla era que en aquella enormidad, mi soledad se acentuaba. 

Lo extraño, tanto que a veces sólo quisiera morir para reunirme con él, con las gemelas, pedirles perdón por todo. 

Dos semanas después de que vencimos a Lig, los Diers y los Moordenaars, encontraron a Donker, quien resultó ser mi padre biológico, al parecer todo este tiempo, Lig lo mantuvo cautivo y lo reemplazo con una especie de títere. 

Cuando tuve la oportunidad de hablar con él en privado, le conté todo y pregunté por qué las gemelas y Anabelle habían muerto, si se suponía sólo lo haría Nikolai, claro, formular aquella pregunta me costó mucho. 

Él contestó, algo que me hizo sentir muchísimo peor, que me hacía sentir asco al verme en el espejo. Al haber revivido a Nikolai en el bosque, se creó una deuda a la muerte y de alguna manera la cobró con ellas. 

También quise saber, por qué Lig había podido matar a Shidecc y no a mí, me dijo que la diferencia es que ella era vulnerable debido al amor que le tenía a Lig, después de todo eran sus hijos. 

Entendí completamente, pero no logré hacerlo con la muerte de mis amigos, desearía no haberlo hecho, mi padre, me explicó que al salvar a Nikolai de la muerte la primera vez, hubo una deuda con la muerte y ésta se pagó con la vida de las gemelas y la de Anabelle. 

Cuando se los dije a León y Draak, ambos enloquecieron, me insultaron tanto, lo acepte, era mi culpa a final de cuentas, y aliviaba un poco el dolor, el hecho de que alguien se enfadara conmigo. 

Observe el hermoso jardín que se podía contemplar por mi balcón, el viento agitaba las delgadas cortinas y la luna iluminaba la estancia, dando magnetismo a la imagen. 

Avancé al balcón, una lágrima traicionera resbaló por mi mejilla, el viento la secó, Nikolai. Siempre me derrumbaba en la soledad de mi habitación, llorarlo se me había hecho costumbre, apenas podía mantenerme con vida, sabiendo que jamás lo volvería a ver. 

Los sollozos se precipitaron con fuerza, las piernas me temblaron, provocando que cayera de rodillas, susurrando si nombre. 

El viento me abrazó en un vendaval, escuché claramente su susurro. 

— Encuentrame, bonita. — después de todo, mis instintos me llevaron a él, siempre había sido así. 

FIN

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