Prefacio

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El hermoso niño coreano posó su rostro sobre sus frías manos, cuyas palmas eran cubiertas por los guantes negros con agujeros para sus dedos

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El hermoso niño coreano posó su rostro sobre sus frías manos, cuyas palmas eran cubiertas por los guantes negros con agujeros para sus dedos. Por los cuales se colaba el congelado viento del triste día. Sus carnosos y sonrosados labios, rotos por el frío, temblaron mientras formaba una sonrisa llena de tristeza. Ambos brazos rodearon su delgado cuerpo careciente de alimento. La camiseta blanca de mangas largas hecha de lana no era lo suficiente para batallar contra el impulso de temblar.

Ladeó la cabeza y se cubrió su espalda con la única manta marrón que poseía. Abrazándose así mismo con sus manos aferradas al peluche del tigre siberiano que le pertenecía, suspiró cerrando los ojos. Era una de sus posesiones más preciadas y probablemente el único animal de felpa en buen estado de todo el lugar. Lo cuidaba como si de oro puro se tratase desde el día en que lo ganó en la feria del distrito en una de las máquinas.

Soltó un suspiro cuando al girar su mirada, se encontró con su hermana menor durmiendo en la vieja cama que compartían. Su cabello negro caía por su pálido rostro, y tenía las mejillas sonrojadas gracias al viento. Ella tenía dos cobijas —la suya y la de su mejor amigo —, pero a pesar de ello continuaba temblando gracias al frío voraz que hacía para ellos al no tener demasiadas cosas gracias a vivir en el último piso del orfanato. Cerró la ventana y colocó pedazos de papel periódico entre las grietas para detener que el viento se colara por ellas.

La puerta se abrió revelando a su mejor amigo, quien trataba de no temblar con cada paso que daba. Su cabello negro estaba revuelto y sus ojos marrones claros lucían tristes a pesar de la sonrisa que ofreció. El pequeño también tenía una camiseta de mangas largas de lana, que parecían no proteger en lo absoluto contra el frío. En sus manos estaba un cuenco lleno de gyeran-ppang, el delicioso pan dulce relleno de huevo. 

—¡Se ve delicioso! —susurró emocionado.

Seokmin, su mejor amigo, sonrió de verdad esta vez ante el comentario, provocando que sus ojos se cerrasen. Había luchado contra todas las suertes para obtener el cuenco lleno de gyeran-ppang. Las muchachas de la cocina no se percataron cuando se escabulló para coger el tazón y salir corriendo escaleras arriba hacia la seguridad de su habitación en el ático. 

—Está caliente —dijo él, sentándose al lado de su amigo sobre el suelo —. Tenemos que dejarle un poco a Ji-Woo. 

Ji-Woo se removió entre su sueño al escuchar la voz de Seokmin, quien simplemente sonrió antes de llevarse a la boca un poco de pan. Se coló debajo de la manta de su mejor amigo y ambos juntos miraron por la ventana como el sol se asomaba poco a poco, decorando el cielo otra vez a pesar que el frío seguía azotando el cristal. 

Seokmin miró a su mejor amigo, cuyos ojos cafés claros lucían verdaderamente tristes al saber que los demás niños estaban alistándose con sus mejores fachas para la llegada de esos dos hombres importantes. Uno de ellos estaba decidido a adoptar a uno de los que se encontraban abajo., a darle la vida amorosa que los dos mejores amigos deseaban con mucho anhelo.

Hasta el Infinito ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora