Trilogía Lux in Tenebris (I)
A pesar de los años llenos de fama y dinero, Taehyung siempre ha pensado en aquella niña de ojos azules que robó su corazón desde el primer momento en que la vio. Nunca dejó de amarla a lo lejos.
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«Te rogué que me quisieras»
El mayor recuerdo que tengo de mi padre fue el día en que decidió irse al otro lado del país junto a su nueva pareja. Recuerdo perfectamente bien la manera en que caminaba, con sus maletas en una mano y la otra sujeta a la de la mujer con la que estaba por formar otra familia de la que yo no sería parte. No porque yo no quería, no porque yo me negué a ser parte de ella, sino porque él no me dio la oportunidad de serlo.
Me prometió que de todas formas seguiríamos en contacto, que llamaría para preguntarme cómo estaban las cosas todos los días. Que sería como si todavía pudiésemos vernos todos los días. Esa mañana decidí creerle, ese día de invierno accedí a confiar en sus palabras porque juró jamás mentirme. Prometió que siempre seríamos un equipo. Estaba dispuesta a viajar esos seiscientos catorce kilómetros para poder verlo. Pero, al igual que a los demás, me volvió parte de su pasado.
Te rogué que me quisieras, pero no quisiste.
Pero pieza por pieza, alguien más me recogió del suelo en dónde me abandonaste sin siquiera mirar atrás. Pieza por pieza él cosió cada uno de los agujeros que tú creaste en mí con tan solo siete años. Nunca se alejó, nunca pidió nada a cambio. Me cuidó y creó una familia de la que yo sí podía ser parte. Pieza por pieza, él restauró mi fe en que un hombre puede ser bondadoso, amable, y que un padre puede quedarse a tu lado. Me amó.
Me ama.
Todas tus palabras significaron el mundo para mí. Decidí tatuarlas en mi corazón porque pensé que algún día vendrías por mí, que me llamarías de la manera en que habías prometido. Esas noches incontables en las que me quedé dormida al lado del teléfono esperando que sonase, esperando que, al contestar, fuese tu voz la que llenase mis oídos. Pero tu amor no es gratis, tiene que ganarse.
En aquel momento no tenía algo que necesitases, así que no valía nada.
Pero alguien más me mostró que sí tenía lo que él deseaba. De aquel aeropuerto en el que tú me dejaste él tomó mi mano y me mostró que sí quería, podía ser parte de su familia, de su mundo. Rellenó cada espacio lastimado y atendió de cada inseguridad con verdadero amor. Uno que, a diferencia del tuyo, no tenía que ganarse.
Él nunca se aleja, nunca pide nada de mí. Me cuida, me protege, porque él me ama de la forma en que deseé que tú lo hicieras. Restauró cada rota esperanza para mostrarme que sí existen hombres dispuestos a cuidar de sus hijos, o de proteger a niños cuyos padres no fueron lo suficientemente valientes para quererlos.
Puede que cayese lejos del árbol. Me solté esperando a que fueses tú quien me atrapase. Me dejaste tocar el suelo, dejaste que mis rodillas se lastimasen y que las gotas de sangre se combinasen con las que brotaban de mis ojos al encontrarme sola en medio de la oscuridad.
Pero él vino a ayudarme. Entró para cuidar de mis heridas y a incitarme volver a trepar el árbol hasta que consiguiese llegar a la cima de él. Caí miles de veces, me tropecé con todas las ramas existentes y con los ojos cerrados esperé volver a tocar el suelo. No lo hice, no volví a ser lastimada porque él me atrapó con una sonrisa. Me tomó entre sus brazos y decidió ayudarme a escalar hasta el momento en que pude hacerlo sola. Y una vez que estuve en la cima, él seguía abajo, celebrando mi logro como si fuese el suyo.