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«Puede ser peligroso, pero soy muy dulce»

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«Puede ser peligroso, pero soy muy dulce»

A veces me pregunto lo que sería tener una vida normal una vez más, en donde no tenga que preocuparme por sobre lo que los demás tengan que decir de mí. Lo que sería poseer una oportunidad más de poder caminar libremente por la calle sin tener a miles de personas tratando de tomar una fotografía. De obtener respuestas a preguntas sin sentido o a cosas demasiado personales las cuales no son educadas de preguntar. Por un momento, mientras admiro la ciudad a través del vidrio de la ventana del avión, deseo volver a tener dieciséis años.

Con mi mano derecha sobre el cristal, aparto la mirada de las blancas nubes que lucen como algodón de azúcar para observar a mi alrededor. Mi labio inferior termina entre mis labios al apreciar a mi mejor amigo durmiendo en el asiento de adelante, sus brazos alrededor del peluche de felpa que posee desde que tenía cinco años. El oso de peluche luce como nuevo a pesar de los años, todo gracias a que lo ha cuidado como si de oro puro se tratase desde que sus padres se lo regalaron en su cumpleaños.

Mi otro mejor amigo tiene los auriculares dentro, ajeno al exterior. Su cuerpo se mueve de lado a lado mientras su boca actúa, diciendo las palabras sin producir sonido. Mi habilidad de leer labios me permite entender que está cantando una canción en japonés antes de realizar que el volumen de los audífonos es tan fuerte que se podría oír en el mismo país asiático. Tiene la computadora portátil sobre la mesa del jet privado, escribiendo en ella tan rápido que puedo asumir que son mil palabras por segundo las que llenan la pantalla.

Decido colocarme mis auriculares, pero me veo interrumpido al subir la mirada a la pantalla de televisión. El programa de chismes en el que está se encuentra con la conductora hablando al mismo tiempo que posee una imagen de nosotros al lado derecho. La fotografía cambia cada ocho segundos a una nueva. Todas pertenecen a la última sesión que tuvimos en la ciudad de Madrid, lugar en el que grabamos nuestra última canción para el nuevo álbum.

El dueño de cabello gris se quita los auriculares para subir la mirada a la pantalla, por lo que tomo el control remoto y subo el volumen. Cojo entre mis dedos una de las uvas en el cuenco posado en mi mesa, y la lanzo hacia donde está el pelinegro durmiendo. La fruta le cae directo en el hombro, ocasionando que abra los ojos de inmediato para mirar a todos lados.

—¡¿Ya llegamos?! —pregunta medio adormilado, sobándose los ojos.

—Veinte minutos para aterrizar —contesta Ken por nosotros.

Ken es el jefe de nuestros guardaespaldas, quien está con nosotros las veinticuatro horas del día a menos que lo tenga libre. Cosa que sucede raramente debido a que es un hombre libre de ocupaciones. No es casado, ni mucho menos tiene hijos, por lo que se ha dedicado por completo a nosotros tres desde que entró a trabajar a nuestro lado desde que tenemos dieciséis años. Los chicos y yo siempre estamos tratando de ponerlo en citas a ciegas con la mayoría de mujeres que encontramos en todos los países a los que hemos viajado. Pero, nunca terminamos encontrando una que verdaderamente le atraiga.

Hasta el Infinito ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora