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 «No quiero perderte»

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«No quiero perderte»

El ojo derecho tiene un pequeño ataque nervioso mientras que escucho al pelinegro recordarme una vez más que soy el hombre más idiota de todos por haberla dejado ir a ver a alguien que no dudará en llenarla de ideas. Las venas se me van a salir del cuerpo con cada nuevo calificativo que el hombre de ojos azules manda en mi dirección, y en un momento de rabia tomo una de las naranjas en el frutero para lanzarla a su cabeza.

Bufo cuando él sin ningún problema toma la fruta en su mano izquierda antes de que esta le toque el rostro. Ríe al ver mi cara teñida de aquel rojo que tanto odio ya que, al ser pálido, luzco como un volcán en erupción. Me dice en un susurro que mis labios se han sonrosado también, y confirmo que he estado mordiendo el inferior para intentar retenerme de gritarle que sé a la perfección que he sido un completo idiota por dejarla ir.

Estoy por hacerlo cuando me señala el moisés en medio de la sala, en el cual se encuentra durmiendo el pequeño bebé. Me retengo una vez más solo porque no quiero ser el responsable de que Thalía tenga que levantarse de su única siesta para atender a su hijo. Por alguna razón, ella es la única que puede calmarlo cuando tiene sus momentos de llanto. El pelinegro es quien consigue hacerlo dormir.

Decido calmar mi ira al abrir mi cuaderno para escribir e intentar desahogar algo del sentimiento absurdo que no puedo evitar tener en el pecho. Uriah camina para sentarse a mi lado, curioso de ver lo que voy a hacer. Me pregunto si alguna vez él hace algo más que llenar armas o empacar sustancias ilícitas.

—Dibujo —responde cuando le pregunto.

Aquello me hace recordar a la chica artista, quien no me ha contestado los mensajes a pesar de los cientos que le he enviado. Por un momento me siento culpable de haberle prometido tantas cosas que no he podido cumplir. Quiero hacerlo, soy alguien que tiene palabra y no se detiene hasta conseguir lo que prometí. Ese sentimiento de tristeza reemplaza cualquier envidia o celos que sentía hace solo segundos por imaginar a Gia al lado de él. Es mucho más fuerte que cualquier cosa ante mi sorpresa.

—Sí se puede amar a dos personas —me dice entonces, tomándome por sorpresa. Parpadeo cuando aprecio que se refiere a las palabras escritas en el cuaderno —. Pero solo hay una que nos saca de nuestros esquemas.

"Tengo miedo de amarte al estar más roto que tú."

¿En qué momento...? Cierro el cuaderno con frustración. Esto no me está pasando, no a mí de todas las personas. No cuando toda la vida he tenido en claro quién es la persona que amo. Pero entonces pienso en McKenna, en lo hermosa que se ve cuando dibuja flores en sus lienzos, en cómo tiene la sonrisa más bella del mundo y es capaz de iluminar cualquier oscuridad. Es tan hermosa sin siquiera intentarlo. No sabe lo bella que es, y aquello es lo que la hace más especial.

"Pero todavía te quiero."

Llena de soledad, ella solía encontrarse en un jardín cubierto de flores repletas de envenenadas espinas. Aquel lugar en el que también estaba yo, atrapado en medio de aquellas exóticas rosas de ese color blanco que destruía mi pecho. Caminando por ellas sin miedo a ser lastimada por las filosas púas, se acercó a mí para levantar las flores y acomodarlas a un lado para permitirme salir.

Hasta el Infinito ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora