12: bendita familia (Bastián)

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Aquello no fue casualidad. La mirada de odio de esa mujer hacia Almendra era notoria y Almendra se puso pálida y se tambaleó, por lo cual debió afirmarse de la silla. Yo me levanté, rodeé la mesa y la abracé protector.

―Tenga más cuidado ―la increpé―, ¿o es que tiene los ojos de adorno?

―Perdón, fue sin querer; no se preocupe, le pagaré la ropa que estropeé, supongo que por eso es tanto alboroto, ¿no?

―No necesito de tu caridad ―masculló Almendra y reafirme mis sospechas de que ambas se conocían.

―Por supuesto que no necesita de usted ni de nadie, vieja amargada ―agregué.

La tipa me miró con cara de espanto.

―Almendrita, si me das tu dirección, te envió con mi chofer una tenida nueva a tu casa.

―Ya le dijimos que no necesita nada de usted y si se vuelve a acercar, hablaré con mi abogado ―amenacé―. Será mejor que se vaya.

La mujer me miró de la cabeza a los pies y de vuelta, le dio un vistazo a Almendra y se fue. Dejé el coste del pedido más la propina en la mesa y saqué a Almendra de allí, pero no la llevé a su casa ni a la de Roxana, la llevé a mi departamento.

―¿Por qué me trajiste aquí?

―Porque esa mujer quiere saber donde vives y, aunque te siga, aquí no te encontrará.

―Pero tengo que cambiarme de ropa, estoy toda mojada y pegajosa.

―Puedes bañarte aquí, lavaré tu ropa, puedes usar algo mío, mientras tanto; te daré un buzo y una polera.

Me miró con una expresión extraña.

―¿Te molesta que te haya traído hasta aquí? ―le pregunté.

Negó con la cabeza.

―¿Qué pasa?

―Nada. Voy a bañarme.

La guie hasta mi dormitorio, de donde saqué la ropa para que se pusiera y una bata.

―Colócate la bata y me entregas tu ropa para lavarla mientras te duchas.

―Gracias.

La dejé sola en el cuarto y a los pocos minutos salió con su ropa y me la entregó.

―Voy a la lavandería, vuelvo en un rato.

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