25: Amenaza (Almendra)

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―Voy a ir a la tienda ―le avisé a Bastián cuando salimos de la habitación de Gustavo.

―¿Te acompaño?

―No, no hace falta, yo vuelvo en un rato.

―¿De verdad vas a cancelar la inauguración del otro local?

―Es pasado mañana, ¿cómo podría seguir adelante con las cosas como están?

―Pero tú apenas conoces a Gustavo.

―Pero te conozco a ti y tú me importas. Gustavo es tu mejor amigo; si no fuera así, quizá sentiría lo que está pasando, pero no como para estar aquí y dejar de lado todo.

―Gracias.

―No me las des, no me gusta, no es un favor el que te hago ―respondí con voz más molesta de la que en realidad sentía.

―Perdón. ―Sonrió―. ¿Qué pasa?

―Nada.

―No me digas que nada, estás alterada.

Sí, lo estaba, pero no sabía por qué.

―Voy a la tienda a colocar el letrero y a cancelar el evento. Vengo más tarde.

Caminé hasta el ascensor con Bastián de la mano, en eso, sentí unos pasos apresurados. Miré hacia atrás, venía Magdalena casi corriendo.

―¿Vas a tu tienda? ―me preguntó.

―Sí.

―¿Te puedo acompañar?

Miré a Bastián y acepté, ¿qué podía hacer?

Bajamos en el ascensor en silencio.

―¿Qué quieres hablar conmigo? ―le pregunté nada más subir al auto.

―Nada. Nada, en realidad no es nada. Es que los hospitales me dan... No sé, como que me quitan energía.

Sonreí.

―Me pasa lo mismo.

Llegamos a destino hablando de su viaje, de Cuba, de la escala que, de vuelta, se les hizo eterna.

―¡Está bellísima! ―exclamó Magdalena al ver mi tienda.

―¿Te gusta?

―Siiiii, de verdad que está muy linda, me encanta.

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