35: ¿Celebración? (Almendra)

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Esa hacienda era hermosa. Feliz hubiera vivido allí, es más, yo feliz me dedicaría al campo, ni loca vendería, pero claro, yo no era Bastián.

Recorrimos todos los lotes y descubrí que el único terreno infértil era el que me había vendido a mí; del resto, algunos poseían flores, árboles, había uno con viñedos, otro con choclos y uno más con trigo.

―¿Y esto lo vendes o lo utilizas? ―le pregunté respecto a los productos de su campo.

―Algunos se venden y otros se usan aquí para cocinar.

―¿De verdad quieres deshacerte de todo esto?

―No hay quien lo cuide.

―¿Cómo? Aquí se ve mucha gente trabajando, ¿cómo se ha mantenido hasta ahora?

―Se necesita un administrador y no voy a ser yo.

―¿Y toda esta gente va a quedar sin trabajo?

Me miró con enojo.

―Perdón, yo solo preguntaba.

―No me enojo, amor, es que...

―¿Qué pasó?

―Sé que lo que dices, es verdad; pero esto es caro de mantener y difícil, sobre todo si no hay nadie que se haga cargo de las ventas, de manejar los números y esas cosas.

―¿Por qué no contratas a alguien?

―Lo hice una vez y me quisieron estafar.

―Y tú no quieres hacerte cargo de nada.

―¿Te decidiste con cuál te quieres quedar?

―No. Por mí, me quedaría con todos ―repliqué sincera.

―Es un trabajo muy arduo.

―Si supiera cómo se hace, me haría cargo de algo así.

No me contestó, siguió avanzando con su caballo y yo lo seguí.

Volvimos a la casona y allí la cocinera nos esperaba con una leche asada exquisita.

―¿Ellas siempre han vivido aquí? ―le pregunté al notar el modo en el que lo trataba la señora Dominga.

―Sí, ellas me vieron nacer. Dominga era la niñera de mi mamá y se vino a vivir con mis papás, aquí nació Lucila y, cuando nací, se convirtió en mi niñera. Juan, el capataz que te presenté, es el esposo de Lucila y Segundo, es el de Dominga.

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