Juego de poder

14: Guerra declarada (Bastián)

Me quedé sin hablar por su confesión. ¿Sus padres la habían rechazado por ser sencilla? ¿Cómo podrían no querela por gustar de las cosas simples de la vida? Esa gente debía estar loca.

Corrí a su vehículo antes de que se fuera, si ella había sido sincera conmigo, yo también debía serlo con ella.

Se bajó del auto y se apoyó en él, no muy alegre.

―¿Quieres saber lo que me pasa? ―le pregunté―. No es, como piensas, que me molesta que tengas tu jardín. Sí, no es del todo de mi agrado volver a ver un campo de flores en el lugar que tan malos recuerdos me trae, pero además...

―¿Qué pasa, Bastián? Somos adultos, creo que podemos conversar esto.

Lo sabía, lo que no sabía era cómo se lo iba a tomar ella.

―Tú me gustas, eso no es ningún secreto, pero antes de conocerte...

Sacudí la cabeza y me aparté un poco. Ella me tomó del brazo para hacerme volver.

―Antes, ¿qué?

―Yo le dije a Gustavo que no te vendiera este terreno.

―¿Por las flores?

Asentí.

―¿Y ahora?

―Ahora menos te quiero aquí. Tú y yo, definitivamente, no somos compatibles.

―No entiendo.

En ese preciso momento, como una explicación sin palabras, pasó uno de los primeros camiones que se guardarían en mi garaje y, como si aquello fuera poco, el chofer, al verme, tocó la estridente bocina. Aquel día haríamos un almuerzo para celebrar la marcha del taller.

Almendra siguió el recorrido del camión y lo vio entrar a unos metros de donde estábamos.

―¿Ese camión es de ahí? ―me preguntó.

―Sí.

―¿Qué es eso? No tiene nombre.

―Es un taller, estacionamiento, oficina.

―¿Cómo?

Resoplé.

―Es mío.

―¿Qué? ―me miró como si le hubiese hablado en chino.

―Ahí se guardarán los camiones de mi empresa; también está el taller mecánico y las oficinas de envío y traslado. Las oficinas centrales, las del papeleo, se encuentran en el centro.