5: Yo, la rara (Almendra)

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Debía estar loca para aceptar que un completo desconocido me llevara a mi casa y se quedara conmigo, pero no me importó. Además, llamaría a Roxana para que pasara por mi casa y supiera con quién estaba, así, cualquier cosa, ya sabría quién era el culpable.

De hecho, llamé a mi amiga en ese mismo momento.

―Sí, Roxana, estoy en mi casa, ¿puedes traerme la carpeta azul que dejé en mi escritorio? Necesito revisar algunos documentos ―le pedí en cuanto le aseguré mil veces que estaba bien.

―Pero ¿no tienes que descansar? ―replicó.

―Sí, pero puedo hacerlo acostada.

―Te la llevaré, pero no te debes sobre exigir.

―No lo haré, te lo prometo.

―Ya, en una media hora estoy allá, ya estoy cerrando y me voy.

―Gracias, nos vemos.

―Nos vemos.

No le mencioné que estaba con... ¿cómo se llamaba mi príncipe? Digo, mi acompañante.

Él había ido a preparar unos cafés, yo lo podía ver, desde el sofá, moverse libremente en el pequeño cubículo que el arquitecto del edificio llamaba "cocina".

―¿Cómo te llamas? ―le pregunté desde donde estaba.

―Bastián Uribe ―respondió sin mirarme.

―Bastián Uribe ―medité, no recordaba dónde había escuchado ese nombre, quizás había enviado flores alguna vez.

―Sí, ¿por qué? ¿No te gusta mi nombre? ¿Te decepciona que no me llame Felipe? ―se burló.

―Claro, esperaba que te llamaras Felipe ―ironicé.

Salió de la cocina con las dos tazas y me entregó una. Se sentó a mi lado.

―¿Te molesta saber quién soy?

―¿Quién eres?

―¿No lo sabes?

―No, sé que he escuchado tu nombre, pero no recuerdo dónde, ¿es importante?

De nuevo ahí, su sonrisa maravillosa.

―Por mi parte, mejor ―repuso.

―¿Quién eres?

―¿Cómo te sientes?

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