8. Una rosa especial (Bastián)

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Me arrepentí de hacer el ofrecimiento a Almendra en el mismo momento en que entré a ese terreno. Los recuerdos florecieron como margaritas en mi memoria. No entendí para qué prometí ir a regarle esa maldita rosa; más encima, y para peor, se encontraba al costado de la casita que usaba mi mamá como motel.

―Yo sé que tú no tienes la culpa, eres una pobre flor solitaria a la que se le ocurrió crecer en este lugar y sobrevivir a la gran masare de plantas que hizo mi papá ―le hablé, sin saber por qué, a la rosa―; pero ¿sabes qué? Almendra me pidió que te cuidara, ella no puede venir porque está enferma y está muy preocupada por ti y me pidió a mí que te cuidara, ¿puedes creerlo? En realidad, yo me ofrecí. Soy un idiota. No me gustan las flores, no soy naturalista ni nada que se le parezca. No ando destruyendo la naturaleza porque sí, pero tampoco hago mucho por cuidarla, creo que soy como el resto de los mortales; sin embargo... Ella es especial, diferente, ella te cuidará como a un tesoro, será a mí a quien querrá matar cuando descubra quién soy yo y a lo que me dedico. Querrá que me vaya y yo no lo permitiré, sé que tendremos problemas, aunque quizás, al final, termine cediendo.

Resoplé. Yo hablándole a una rosa por Almendra. Era increíble, si me viera Gustavo...

Luego de regarla, miré aquel terreno, en un tiempo más estaría lleno de vida y colores, como cuando vivía mi mamá.

Iba a entrar a la casita; no me atreví. Me fui a toda prisa de ese lugar, no quería más recuerdos.

Me dirigí a mi terreno donde ya los galpones estaban casi listos para guardar los camiones de la empresa. ¿Qué diría Almendra cuando se diera cuenta de que yo era el dueño del terreno colindante? Y más, cuando viera que justo al lado entraría y saldría una flota de camiones a diario, día y noche. Pero yo no me iba a ir. A pesar de que todavía me quedaban seis lotes por vender y algunos se encontraban bastante lejos del proyecto de Almendra, no me quería cambiar, ya había invertido en ese lugar, tiempo y dinero. Tal vez, lo mejor, sería que ella se fuese, ella, que todavía no iniciaba ningún trabajo allí, era la indicada para cambiarse de terreno.

Pensando en eso, volví a la ciudad y tuve que luchar con las ganas de ir a visitarla. No me la podía sacar de la cabeza. Me acosté sin dejar de pensarla.

Me desperté al día siguiente y seguía allí, metida en mi mente. ¿Qué me había hecho aquella mujer?

A mediodía pasé por la casa de Roxana. Necesitaba ver a Almendra.

―¿Cómo amaneciste?

―Bien, bien, mucho mejor, al menos no he tenido mareos.

―Eso es bueno, de todas formas, no debes hacer movimientos bruscos.

―No, lo sé, aunque igual a ratos se me olvida.

―Debes tratar de que no se te olvide.

―Es difícil, estoy acostumbrada a hacerlo todo por mi cuenta, a moverme todo el día.

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