13: Pecados ajenos (Almendra)

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Los minutos entre el beso y salir de ese departamento se me hicieron eternos, no porque no me gustara su beso, al contrario, besaba como nadie. El problema no fue ese, el verdadero problema fue que a mi mente se vino el recuerdo de mis pesadillas y ya no pude verlo de otro modo. Cuando me encontré con sus ojos, sentí que mis sueños llevaban un mal presagio y esa sensación me acompañó hasta salir de su casa.

Quizá lo mejor sería que me alejara de él. Pensé, incluso, que debía hablar con Gustavo para deshacer la venta y buscar otro lugar, sin embargo, me arrepentí en el acto, no tenía por qué hacerlo, al final, yo lo había comprado y me pertenecía; además, él mismo me dijo que debía seguir adelante, luchar por mis sueños y no me iba a dar por vencida, por más que a veces me cansara y quisiera desistir, no lo haría, estaba dispuesta a demostrarle a todos de lo que era capaz.

Me llamó poco antes de llegar a mi casa, yo no quería hablar con él, un escalofrío desagradable recorrió mi espina dorsal al escuchar su voz.

Entré a mi casa y me tiré a mi puf contenedor, era lo que más extrañaba de todo.

Tras una larga hora allí, relajada, pedí almuerzo a domicilio y saqué un poco más de ropa y me fui a casa de Roxana. Grande fue mi sorpresa al ver estacionado, afuera de la casa, mi lindo autito. Entré casi corriendo, sin pensar en que podría encontrarme con Bastián.

―Trajeron mi auto ―dije por saludo.

―Sí, lo trajo un joven hace un rato ―respondió la señora Ely―, la llave está en la mesita de centro, dijo que ya estaba listo.

―¿Dijo cuánto era, dejó su número, alguna factura o algo?

―No, nada, dijo que esperaba que le gustara como le quedó.

―¡Quedó perfecto! ―exclamé.

―¿Tía? ―me habló Lucía.

―¿Sí?

―¿El tío Bastián no vino con usted?

―No, no creo que pueda venir ahora, creo que no estaba en la ciudad ―mentí.

―Ah.

―Quizá venga mañana o pasado.

Como si lo hubiéramos convocado con la mente, me llamó justo en ese momento.

―¿Sí? ―contesté intentando no demostrar mi malestar.

―¿Estás en casa de Roxana?

―Sí. Gracias por el auto, ya lo recibí, me tienes que decir cuánto es.

―Ya te dije que no te preocuparas―respondió con sequedad―. ¿Puedo hablar con Lucía, está por ahí?

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