La increíble sensación de que él me tocase mi mano, es algo que algo que llevo tolerando casi diez años de matrimonio. Aunque hace once años y medio que él me devolvió la vida de nuevo. Desde aquel día en que le vi por primera vez en aquel espantoso lugar, tuve varias sensaciones. Tanto buenas como malas. Aun me pregunto que encontró en mí, para hacerme recuperar mi vida y hacerme su esposa. Aunque más bien conseguí odiarme a mí misma mucho tiempo. Y sigo haciéndolo con el paso de los años. Pues esta es la vida que no me hubiera deparado si... bueno. Eso es algo que prefiero olvidar.
Darío Palmieri me ayudó a salir del coche en el cual me había obligado a montar y en cuanto observé el lugar en el cual iba a enfrentar a mi familia por primera vez en once años con otra personalidad, tomé el valor para caminar un poco para salir del coche con esos tacones a los que ya estaba acostumbrada utilizar.
Miré por unos instantes a Darío y vi que el traje de esmoquin de color negro, con la pajarita del mismo color, le hacíamos aún más atractivo. Su pelo completamente negro, corto y rizado con un poco de gomina, le hacía más elegante con ese color verde de ojos. Pero ese color de ojos y algunas de las canas que solía presentar cuando estábamos en la luz de color blanca que tenía en su consulta, no le hacía aparentar treinta y seis años de edad. Le hacía aparentar mucho menos. Ya que te parecía un hombre que rejuvenecía con el paso de los meses y años.
Me miré en breve, en una de las ventanas del coche y me vi completamente distinta. Con un recogido alto sobre mi pelo castaño y ese maquillaje me hacía muy distinta. Pero lo peor de todo, era el vestido. Que era de color salmón y su falda era en una tela de raso con la mitad de la falda corta. Pero sabía por qué hacía todo aquello en esos instantes. Por mi venganza. Una venganza que ha permanecido durante algunos años de mi vida.
Darío cerró la puerta del coche y me agarró la mano, en señal de apoyo. Bueno, siempre lo hacía. Era un buen apoyo desde que me acogió en su casa y decidió tenerme día a día en su vida privada. Pero ese día a día se ha convertido en algo mucho peor que un apoyo. Se ha convertido en un infierno.
―Recuerda, saludarás a los invitados y recuerda Inés, no hagas cualquier tontería ―me dijo él, agarrándome la mano.
―Lo sé. Pero es la primera vez en mucho tiempo que voy a afrentar a mis hermanos y a Estefan después de doce años sin saber de ellos ―le respondí―. Pero por favor, recuerda como me llamo ahora. Inés solo es parte de mi pasado. Katherine Smith es mi nombre ahora.
―¡Maldita la hora en que decidiste regresar a España!
Maldecir era poco para lo que tenía preparado. Y sabía que mi padre querría que recuperase lo que un día me dejó y que perdí más tarde por culpa de mis hermanastros. Algo por lo que me estuve preparando muchos más años que había estado ausente del país. Desde que mi padre me encontró hará ahora quince años.
Darío paso su mano por mi cadera y me obligó a caminar, mientras que la sensación que siempre tenía cuando lo hacía, no la podía ocultar. Él refundía miedo en mi interior. Tal vez fuese por algún motivo. Bueno, solo había uno. Uno del cual ya no lo podía remediar.
Entramos en el edificio en el cual, Darío y yo hacíamos apto de presencia en una gala benéfica y me fui poniéndome más nerviosa.
Antes de que bajásemos una gran escalera que conducía a un gran salón, escuché con completa atención, como el anunciante que pasaba lista decía:
―Señor y Señora Palmieri.
No recordaba que ahora tenía los apellidos de Darío. Era sus reglas para ceder a que usase su dinero. Contando con otro tipo de cosas que muy a mi pesar no pude rechazar o simplemente porque él me forcejeó a hacerlas. Aunque formar parte de su vida, no me obligó a ello.
Observé como todos se nos quedaron mirando y vi la sorpresa de mis hermanos. Como Manuel fruncía el ceño, como Gabriel sonreía por algo o tal vez por alguien; o tal vez por mí y como Guadalupe bajó la mirada, me hizo sentir muy feliz y llena de vida. Ya que sabían que estaba allí, pero lo que no sabían es que tenía muchas cosas preparadas para ellos.
Saludamos a todos los invitados de la sala y busqué a alguien que estimaba mucho con la mirada. Alguien que quería más que a Estefan. Pero Darío me hablaba en italiano para que nadie nos entendiese. Creo que era lo mejor que hacía. Llevaba años escuchándole hablar italiano cuando íbamos a un evento social a cualquier país con habla extrajera y aunque conocía un poco de cada idioma, quería que lo hiciésemos en italiano.
De pronto mi mente buscó a Estefan. Sé que está casado, pero yo ansió por verle después de mucho tiempo. No me imagino que dirá cuando me vea.
Vi de pronto a Pablo. Mi hermano pequeño al que tuve que dejar solo en momentos peores que la muerte de nuestro padre. O debería decir su padre biológico. Pues David ha sido mi padre, pero no el que te da la vida. Si no, un buen padre adoptivo. Había echado de menos a Pablo, que no me acordaba cómo era. Salvo que cuando le deje era aún menor de edad y se quedó a cargo de una de mis tías. Y al parecer consiguió sacarse la carrera de administración de empresas. Pues vestía elegantemente con un traje de color azul marino.
Ante mis medios hermanos, los nervios comenzaron a florecer de una forma que sabría qué me delataría. Pero me recordaba a mí misma que debía de poner acento italiano para que no me descubriesen.
Mi hermano Gabriel había rejuvenecido con los años y no aparentaba veintiséis años. Llevaba traje de chaqueta un traje de chaqueta en azul y una corbata de rallas rojas. Pero lo que siempre me había gustado de él, era que teníamos el mismo color de ojos. Supongo que lo heredamos de nuestro padre.
Mi hermana Guadalupe se había desgatado desde los años que no llevo en el país. Aparentaba seis años más de los treinta y nueve que tenía. Y su gusto por vestir era más caro de lo habitual. Pues el vestido de color rojo, me hacía entender que era de algún diseñador español famoso. Y por lo que veo, tiene las joyas que mi padre le había dejado como herencia, las usaba más de lo habitual.
Mi medio hermano Manuel. Un hombre del cual me acuerdo perfectamente. Pero sobre todo por lo que no recuerdo. Él sí que aparenta los cuarenta y tres años de su edad. Nada había cambiado en él, salvo su forma de mirarme. Cosa que me intimidaba más que cuando lo hacía Darío. Pero su traje negro con corbata plateada, no haría que cambiase de opinión en cuanto vengarme de él y mis hermanos.
―Hola señores Barquero y Señora de Fuentes. No he visto a su marido por aquí.
―Ha tenido un imprevisto de última hora, señor Palmieri.
―Ustedes siguen estando solteros o tienen a alguien en su vida ―preguntó Darío.
―Tenemos a nuestras parejas ―dijo Gabriel.
Olvidaba como me llevaba con Gabriel hace años y como de la noche a la mañana olvido todo aquello. Era normal. Un muchacho de dieciocho años cuando son presionados por sus hermanos mayores, no tiene nada que hacer.
―¿Quién es su acompañante, señor Palmieri? ―preguntó Manuel.
―O perdonen mi torpeza. Ella es mi esposa. Katherine Palmieri. Katherine ellos son los hermanos Barquero. Son hermanos de esa chica que te comenté en el pasado que se parecía a ti.
―Encantada di conocerles, señores ―dije con acento italiano.
―¿Desde cuándo se casó con Katherine? O debería de llamarte, Inés ―dijo de nuevo Manuel.
―Como siento lo de su hermana Inés. Fue una desgracia lo que ocurrió después de mi partida a Italia.
―¡Por dios! Quien se pasa a creer que esta prestigiosa señorita es Katherine Palmieri. Aunque la mona se vista de seda, mona se queda ―dijo Manuel.
Apreté la mano y fui a contestarle. Pero Darío me frenó para que no hablase. Aprontándome y acariciándome la mano al mismo tiempo.
―Señor Barquero, su media hermana estaba a mi cargo hace once años en el centro psiquiátrico y cuando partí para Italia por asuntos propios, el centro como saben se incendió. Su hermana que estaba bajo mi protección en todo momento, se quedó dentro del centro cuando estaba de viaje y no pude remediar su muerte cuando me enteré de lo ocurrido ―aclaró―. Por eso me fui a Italia y fue allí cuando conocí a Katherine, pensé que era Inés. Pero no. No lo era.
―¡Probemos a ver si es cierto! ―dijo Manuel―. Señora Palmieri, ¿de cuánto es mi fortuna familiar?
Darío me dio su aprobación para hablar.
―No sé de qué diablos me está hablando, señor Barquero.
―¿Qué nos cuente donde estudio? ―dijo Guadalupe.
―Estudie en la universidad de Florencia, Italia. Estudie maestría en artes durante diez años. Y tengo treinta y un años.
Pero a pesar de esos treinta y un años, nada ha cambiado con el paso de las semanas que pasé en el centro psiquiátrico. El cual fui metida injustamente.
―Dice la verdad ―dijo Gabriel.
―Querido, mi scuso. Voy al tocador ―dije.
Caminé para marcharme del lado de mis hermanos. Tenía que seguir afrontando estar delante de mi familia con otro nombre y con tantas preguntas. Y sabía que, aunque el tocador era público, estaría allí unos cinco minutos recordando porque estaba allí.
Tropecé con alguien de pronto, antes de entrar en el lugar donde estaban los tocadores.
Cuando alcé mi mirada, vi ante mis ojos a Estefan. Que por unos instantes parecía en estado de shock al verme.
Estefan estaba ante mí y el mundo se me vino encima en aquellos instantes. Ahora entiendo por qué me enamoré de este hombre que tiene mi misma edad. Pero su forma de vestir ha cambiado desde que nos vimos por última vez en el centro hace años. Su traje gris y su corbata plateada me decía todo. ¿Habría conseguido sacarse la carrera universitaria? Pero sus ojos negros me hicieron recordar tiempos hermosos a su lado cuando tan solo era una adolescente.
Caminé de nuevo para entrar en el tocador, pero él me cogió del brazo y me lo impidió.
―¿Qué haces aquí, Inés?
―Perdone. Se está equivocando ―dije con acento italiano.
―Eres Inés Barquero, ¡verdad! Mi Inés.
―Soy Katherine Palmieri, señor.
Hice una breve pausa y vi frente a mí, mi pasado. Ese pasado que no se marchaba a pesar de que había comenzado de cero.
―Discúlpeme, voy al tocador.
―Cómo es que estas aquí. Habías muerto en un incendio hace casi diez años. Pero antes te metieron en un centro psiquiátrico un año atrás.
―Todos me equivocan con esa mujer.
―Lo siento.
Terminé de caminar. Pero en vez de ir al tocador, fui de nuevo con los invitados.
No encontré nada por lo que asustarme. Pero en cuanto mi mirada encontró a Darío, me dirigí hacía a él.
Me aferré en breve a Darío y le dije en un susurro:
―Podemos irnos.
―¿Qué ocurre?
―Me he encontrado con Estefan y temo que... que... que todo lo que estoy haciendo hoy se descubra.
―¡No hay problema! Nos esperaremos durante un rato más. No voy a tolerar que me des una orden. Recuerda que te he salvado varias veces de cualquier situación.
―Eso es algo que no debí de permitirte después de que recuperase la memoria, Darío. Como tampoco que me llevases a Italia.
―Ahora te aguantas.
Pero sabría hacerlo. Sabría aguantar su mano sobre la mía o sobre mi espalda. O incluso aguantar todo lo que ya había aguantado en tanto tiempo. Ya que él era una tortura física más cruel que tener que estar delante de mi familia y tener que fingir ser una persona que no eres. Incluso delante de la persona que, por primera vez en tiempo, pensé que me alegraría de verle.
Durante el resto de la velada, continuamos bebiendo algunas copas. Algo que me ayudaba a relajarme. Pero no podía tomar alcohol. Ya que tenía un tratamiento para mis pesadillas. Algo que Darío me receto después de salir del psiquiátrico.
Cuando me quede a solas unos momentos, todo parecía estar tranquilo y sin nada que pudiese interrumpir durante la vela. Algo que agradecía a Darío por haberme obligado a quedarme.
―Me permites el baile, Inés.
Mire detrás de mí y era el propio Estefan quien estaba detrás de mí.
―Me vuelve a equivocar con esa chica, señor ―dije con acento italiano―. Pero sí que le acepto ese baile.
Caminamos hacia el centro de la sala y me dieron ganas de marcharme. De no meterme en problemas con Darío. Ya que sabía cuáles eran las consecuencias de provocarle.
Estefan me agarró de la cintura y comenzamos a bailar lentamente, aquella pieza que sonaba lentamente. Comencé a bailar junto a él en breve. Pero sabía que a su lado podría chafar mis planes.
―No pensé que volvería a verte ―me dijo, mientras que me guiaba con esos pasos.
―Le digo signore que me llamo Katherine
―Inés nunca me contó de alguna hermana melliza o una gemela. Por lo tanto, sé que eres tú.
―Puedo demostrarle que no soy Inés ―dijo con ese acento italiano.
―Prefiero que me lo demuestres. Si me enseñas algo que valide que no eres Inés, te creeré.
―Me reuniré con usted dentro de unos días. De momento solo estoy aquí por mi marido. Podría recibirle en...
―¡Interrumpo! ―escuche.
Miré hacia el lado derecho y vi a Darío ante nosotros.
Me percaté que él estaba furioso, mientras que Estefan me tenía agarrada por la cintura. Pero en esos instantes, noté un momento de tensión entre ambos hombres.
―No. En realidad, el señor Medellín ya se iba ―le respondí.
―Cierto, señor Palmieri. Voy a buscar a una copa.
―Si me permite las manos de la mía esposa, señor Medellín, podre bailar con ella.
Estefan me cedió a Darío y pude sentir la presión por un momento en el ambiente. Pero, sobre todo, en mi mente. Una mente que le tenía miedo por el único motivo que tenía. Su forma de controlarme.
Estefan se marchó.
En breve, Darío y yo comenzamos a bailar otra nueva canción lenta que aún permanecía en el ambiente.
―¡Es por eso por lo que deseabas marcharte de esta fiesta! ―me preguntó.
―Sí. Ya me he sentido lo suficientemente incómoda para bailar con Estefan y estar con mis hermanos. Venir a esta gala benéfica no ha sido buena idea. Prefiero estar en Italia con mis amigos, que estar en un país en el cual me dan por muerta.
―Lo dices porque es cierto, o lo dices porque sabes qué es lo que deseo oír.
―Conoces la respuesta a ello. Aún estoy enamorada de Estefan y aunque mi situación y la suya hayan cambiado, no voy a cambiar ese sentimiento.
―Hay algo que me gustaría hacer en estos momentos y que haría que te sintieras avergonzada.
Tragué entonces saliva y en breve bajé la mirada. Pues conocía las intenciones de Darío a la perfección.
Él río entre dientes y en un susurro, me dijo:
―Relájate y sonríe. Nadie tiene que saber lo que en realidad esta pasado. Pero no me tientes a que te ordene hacer algo que te incomode más. Pues sabes que soy capaz de ello.
Conocía mi mente perfectamente y sabia como pensaba cuando decía la palabra avergonzada.
―No sé cómo sonreír. Desde hace once años no sé hacerlo. Cuando mi vida era perfecta y no me sentía presionada
―Sé cómo hacerte reír. Ya sabes que te conozco perfectamente desde hace años y que aparte de conocer cada parte tuya, también se hacerte reír.
―La única vez que me hiciste reír, fue cuando te pusiste aquel traje en un día gris para mí. Pero desde entonces; desde el día en que nos fuimos a Las Vegas no lo has vuelto a hacer.
―¡Ven!
Darío arrastró de mí y caminamos hacía... no sabía qué demonios iba a hacer para saber a dónde íbamos.
Delante de mí medio hermano Manuel y Gabriel, Darío le metió un puñetazo a Manuel y esta cayó al suelo.
―¿Qué hace, señor Palmieri? ―preguntó Gabriel.
―Este hombre me debía una desde hace once años. Cuando se presentó en mi consulta para chantajearme con mi carrera profesional. Aquella vez no tuve oportunidad de dársela, pero ahora sí que he quedado muy a gusto.
Hicimos una breve pausa:
―Buenas noches, señores. Mi esposa debe de descansar.
Darío y yo caminamos hacia la salida. Pero solo sonreí para mi interior. Ya que no podía sonreír delante de tanta gente. Pero al fin uno de mis hermanos tenía su merecido.
Al llegar a la salida del edificio, nos montamos en su coche en breve y me relaje para no pensar demasiado.
Nos marchamos en una milésima de segundo de la calle donde estaba el edificio, en cuanto Darío arrancó su coche.
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Para Ti Es Mi Voluntad (Química Entre Nosotros I)
Teen FictionTras unos largos años sin regresar al país, Inés Barquero regresa de la mano de su esposo. Darío Palmieri. Un hombre dedicado a su profesión de psicología. Donde conoció a Inés cuando esta estaba siendo torturada por el antiguo director del centro p...