Al llegar a casa, Darío me cargó en brazos y me llevó al interior de la casa.
Caminó hasta que llegó hacía las escaleras. En el piso de arriba, giró hacia la izquierda.
Ante una puerta, la abrió y cuando entramos, miré hacia arriba y me percaté que el cuarto de castigo era mucho peor que el que teníamos en el departamento de Italia. Como también los de Artemisa.
Darío fue hacía el cajón. Y ahí sacó algunas cosas que no logré ver.
Cuando mi marido cerró el cajón en breve, me puso ante él, en el suelo y comenzó a ponerme unos grilletes en las muñecas.
Cuando terminó de ponérmelas, puso la mitad de mi cuerpo en un potro y puso los grilletes en cada extremo de este. Asegurándose de que no me escapase.
Después ató mis piernas a cada extremo, quedándome completamente abierta.
Intenté mirar que es lo que iba a hacer en esos momentos y cuando vi que se quitaba el cinturón, comencé a forcejear:
―Mira al suelo y baja la mirada ―me ordenó.
Pero continué forcejeando para evitar que me diese con lo que ya tenía en la mano:
―Sabes por qué hago esto, ¡verdad!
―Porque eres un salvaje.
Darío golpeó una vez sobre mi trasero. Cosa que hizo que se me estremeciese.
Darío volvió a darme con el cinturón.
Golpeó una, dos y hasta tres veces segundas por minuto. Hasta que quince minutos después del primer golpe. Cuando noté por unos instantes que él había descargado su ira.
Noté que el cinturón cayó al suelo y como en breve mi marido vino hacía a mí.
Noté más tarde como me bajaba la ropa interior y unos segundos después más tarde como algo entraba en mi sexo. Hasta que supe que me estaba embistiendo.
Intenté escapar, pero él me agarró de la cintura y forcejeó para que no lo hiciese.
Con cada embestida que me daba, yo quería escapar. Pero me di cuenta que aparte de imposible, era algo que casi siempre me gustaba recibir. El orgasmo compensaba todo ese dolor que sentía.
Cuando él se corrió, noté la tranquilidad que se hacía lentamente sobre mi cuerpo. Pero cuando él salió de mi interior, la respiración de él se relajó y mi cuerpo también lo hizo.
Darío me soltó de donde me había atado y después, entregándome la ropa como si solo fuera una prostituta barata, me dijo:
―Ve a darte una ducha rápida y cámbiate.
Descansaremos cuando lleguemos a Florencia.
―Pensé que no querías regresar a Italia.
―No quería. Pero tú me has obligado a ello. Como también a que te castigara.
Darío hizo una pequeña pausa:
―Ve a ducharte ―repitió―. Voy a llamar al aeropuerto para reservar un avión privado que nos lleve a Italia,
Asentí.
Después me marché de aquella habitación, dejando a solas a Darío con sus pensamientos.
Mientras que caminaba hacía la habitación pensé en que debía de aguantar el poco tiempo que me quedaba al lado del hombre que me dio la nueva vida que tengo. Pues ya había echado la última carta de mi destino. Ese que no quería comenzar.
Por la noche cogimos ese avión privado.
No hubo momento desde que me diera con su cinturón esa misma mañana en que no me arrepintiese de haberme encontrado con Estefan y Guadalupe. Un encuentro que para mí había sido amargo después de ver a mi hermana. Que parecía que no había roto nunca ningún plato o ninguna cerámica.
Ahora que recuerdo, ¿qué hacía Estefan con mi hermana? Tenía que saber que hacían juntos en el club. Ya sé que Estefan es el abogado de la familia que ahora odio, pero es demasiado extraño que ambos estuvieron juntos jugando a solas y a esas horas en un partido de tenis.
―¿En qué piensas? ―escuche.
Alce la mirada. Pues estaba mirando a través de la ventana mientras estábamos en el aire.
―Me estaba acordando de algo.
―¿De qué cosa?
―De Estefan.
Darío frunció el ceño.
―No te preocupes por lo que he dicho. No lo hacía sentimentalmente.
―¿Entonces cómo?
―Pensaba que hacía con mi media-hermana a esas horas en el club y a solas.
―Habrán pasado la noche juntos.
―¡Insinúas que son amantes! ―exclamé.
―Claro que sí. Bajé la mirada.
―Que esperabas ―dijo él―. Que te esperaría después de saber que estabas muerta.
―No.
―Inés, Estefan se ha casado y va a tener un hijo de su actual esposa. Y puedo decir que se está acostando con tu hermana por un motivo que solo él conoce. No sé por qué le sigues amando y no te olvidas de él.
Pero sus palabras me daban mucho de que pensar.
―Deberías de haberte olvidado de él y comenzar de cero. Por eso he decidido que no vamos a regresar a España jamás ―dijo de nuevo. Deberías de castigarle a él como yo lo hago contigo.
―Te equivocas, Darío.
―¿Por qué?
―Por qué Francesca ya tiene las pruebas para denunciar a mis hermanos y a Estefan en sus manos.
―¿Qué has hecho que? ―dijo furioso.
―Lo siento, pero tenía la necesidad de regresar a mi antigua vida cuanto antes. Y a pesar de todo quiero regresar sin tener marido o algo que se le parezca. Cuando vuelva a España siendo Inés, tú y yo seremos dos desconocidos.
―¿Quieres echarme de tu vida?
―Darío solo forma parte de la vida de Katherine Smith.
Pero no Inés.
Hice una breve pausa que me hizo pensar en lo que tenía en mente.
―En cuanto Inés regrese debe de estar libre para recuperar esa herencia que le dejó su padre. Y la mejor forma que puedo haber es que vuelva siendo la Inés que era. Sin recordar lo que sucedió entre nosotros y siendo amigable con mis enemigos.
―¿Y serias feliz siendo Inés?
―No lo sé. Quizás si o quizás no.
El silencio se halló de pronto y supe que mi respuesta le había herido. Pero pensé en las palabras de Darío. Y si era cierto de que Estefan y Guadalupe eran amantes; no tendría piedad de él y de ella. Aunque me doliese más el corazón y me arrepintiese después de lo que hice.
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Para Ti Es Mi Voluntad (Química Entre Nosotros I)
Teen FictionTras unos largos años sin regresar al país, Inés Barquero regresa de la mano de su esposo. Darío Palmieri. Un hombre dedicado a su profesión de psicología. Donde conoció a Inés cuando esta estaba siendo torturada por el antiguo director del centro p...