Tras un largo día de ver jugar a mi marido al Golf, seguía sentada en una silla del bar sola. Darío sabía cómo impacientarme y eso era algo que no sabía tolerar. Algo que no sabía tampoco cómo explicar.
Llamé al camarero y le pedí una ensalada para aplacar la poca hambre que tenía. Ya estaba harta de los Martini. Desde que me tomé la primera copa de alcohol con Francesca, he repetido con la bebida tras casi cuarenta y cinco minutos con una en la mano.
Cuando el camarero me puso la ensalada algunos minutos después, comencé a picar de ella como lo solía hacer como cuando caminaba. Y mientras que comía, sacaba el dinero para pagar esa ensalada que pedí.
―Camarero, dígame lo que es ―dije en italiano.
―Son diez con cincuenta ―me respondió en italiano.
―Por favor, ponga esa ensalada a la cuenta que tengo del club de golf y en algún lugar para llevar, por favor ―escuche detrás de mí.
Miré hacia atrás y vi a mi marido ante mí.
―Ya nos vamos.
―Sí. Voy a llevarte a comer algo más que una ensalada y después partiremos hacía Artemisa. Ya sabes lo que quiero durante unas horas y ahora que puedo pagar la estancia durante un día, no voy a desperdiciar la oportunidad.
―Vale.
Me levanté, pero me apoyé en la barra. Pues estaba un poquito borracha para poder caminar sola.
―Anoté todo lo que la señora se ha bebido también ―escuché.
Como podía aguantarme después de que le hiciese pagar todo lo que me había bebido y había estado a punto de comer.
Noté en breve, como mi marido me agarraba del brazo y comencé a caminar a la fuerza. Pero reconocía que no podría contraatacar. Ya que sabía lo que venía después.
Él me montó en el coche más tarde y mientras que esperaba a que ese aparato se moviese, comencé a pensar en todo lo que Francesca me había dicho. Pero el olor a perfume de hombre en breve en el coche, me invadió después.
―¡Podrías no echarte más perfume! ―dije.
―No sabes lo que dices, Inés. Estás borracha.
―No es cierto. Tu solo quieres hacerme ver lo contrario ―dije con mis propias palabras.
―¡Estás loca!
―Quizás sí, desde que me case contigo.
―Inés, no me montes espectáculos aquí. Vamos a Artemisa y allí te daré los azotes que necesitas por decir estupideces.
―No son estupideces, don perfecto. Tú nunca me dejas decidir o hacer lo que yo deseo.
―Te pondré música. Así podrás calmarte y hablaremos en Artemisa. Y recuerda cómo puedo llegar a ser de duro contigo.
―Eso lo sé de sobra, don ponte de rodillas o sabrás quien soy―le respondí.
―¡Para Inés!
Y lo hice. Pero no porque me lo ordenase, si no, porque quería seguir diciéndole las cosas que no le había dicho en tanto tiempo que llevó sin probar una gota de alcohol. Ya era el tiempo de decirle algunas verdades a mi marido y aunque me castigase, lo haría.
Mi marido recorrió media hora después de salir del club de golf, un camino de grava que daba acceso a la mansión Artemisa.
Miré a través de la ventana y volví a contemplar su decoración desde el coche en el cual seguía con el hombre que odiaba. Volví a contemplar la decoración de la casa desde fuera. Tenía tonos de color blanco en las paredes, verde pistacho en el tejado y alguna de sus ventanas de la parte donde estaba el camino de grabas y el jardín. Pero también había una bellísima escalera que daba al porche de la entrada.
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Para Ti Es Mi Voluntad (Química Entre Nosotros I)
Teen FictionTras unos largos años sin regresar al país, Inés Barquero regresa de la mano de su esposo. Darío Palmieri. Un hombre dedicado a su profesión de psicología. Donde conoció a Inés cuando esta estaba siendo torturada por el antiguo director del centro p...