Capítulo 30

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La música me envolvía, mientras entraba en casa y él olor a carne en salsa me llamaba. Y la letra de Digan lo que digan de Raphael me hacía regresar al pasado que había dejado atrás.

Toqué mi tripa y pensé en dejar de ser una mujer egoísta para tomar decisiones importantes.

Entré en el salón y no vi a mi marido. Por lo tanto, fui hasta la cocina. Pero tampoco estaba allí. Solo estaba la asistenta que contrató para limpiar:

―Dov' è mio marito, Rosa? ―le pregunté.

―In ufficio, signora Palmieri ―respondió―. Riceve una visita inaspettata.

―Grazie, Rosa.

Fui hacía el jardín y mientras que lo hacía, la letra de la canción me seguía envolviendo.

En el jardín en breve, comencé a pensar en el embarazo. Y la música continuaba sonando por los altavoces del porche, mientras que intentaban tapase. Pero era imposible.

Unos minutos después, caminé hacía la fuente, la canción acabó y en segundos comenzó a sonar Cvet Z jugar de Alenka Gotar. Una canción de amor lirica que Darío llevaba escuchando desde aquel día en que fuimos al teatro cuando estaba recién llegada a la ciudad. La cual, dicha canción me hacía pensar en los meses que pasé en el centro psiquiátrico. Pero recordaba que en la lista de reproducción había música que no era de tristeza.

Comencé a acariciar mi tripa y comencé a sentirme fuerte por una vez en mucho tiempo.

Algo cálido y suave me tocó en breve y bajé disimuladamente las manos, mientras que le decía:

―Ya se ha ido tu visita.

―Sí ―me respondió―. Era un paciente que le urgía verme.

―De acuerdo.

―¿Cómo ha estado tu día? ―preguntó.

―Muy cargado de llamadas y trabajo.

De pronto, mi teléfono móvil comenzó a sonar.

Lo saqué de mi bolsillo y vi el nombre de Francesca en la pantalla. En segundos se lo cogí y dije:

―Ciao Francesca. ¿Qué ocurre??

―Llamo para informarte algo. Es una buena notizia.

―Te escucho.

―El juez ha estado viendo tu caso y ha acecido a coger lo que me diste como pruebas como denuncia.

―Eso quiere decir que puedo denunciar a mis hermanos y a Estefan.

―Exacto. Solo queda que tú decidas cómo y cuándo debemos de actuar.

―Vale. Mañana reúnete conmigo en mi despacho.

―De acuerdo.

―Ciao Francesca.

―Ciao Katherine.

Colgué el teléfono y miré unos instantes a Darío:

―No piensas decirme nada ―dije.

―Solo una cosa. Que estaré a tu lado con la decisión que tomes.

Me quedé por unos instantes petrificada. Y en ese breve ese silencio se escuchó el ruido de la noche. Pero en breve comenzó a sonar INNdiA de Inna. Entonces decidí irme. Pero algo me lo impidió.

Darío me había cogido del brazo y en breve empujó hacía él. Cayendo yo después en su torso.

Ambos nos miramos fijamente y en breve comenzamos a besarnos.

En unos instantes, dejé de besarle y dije mientras me apartaba de mi marido:

―No puedo.

―¿Qué ocurre, Inés? ―me preguntó―. Pensé que querías comenzar de cero.

―Y así es. Pero no quiero hacerlo a la fuerza. No quería hacerlo así.

―¡Entonces como!

Me cogió la mano y en breve me cogió en brazos, diciéndome:

―El hombre deja de ser un salvaje cuando se enamora y es feliz.

―Pero el hombre celoso y enamorado sigue siendo un salvaje. Tú eso lo sabes de sobra.

―Sí. Lo sé. Como también sé que me amas y aún te lo niegas a ti misma. Y voy a cambiar todo lo malo que te he estado haciendo, por todo lo bueno.

―¡Cómo!

Darío caminó mientras que la música continuaba su curso.

Después entró en la cocina y le dijo a Rosa que dejara la cena lista y se marchase a su casa a descansar.

En breve subimos las escaleras del piso de arriba del departamento.

En la habitación, Darío me puso en el suelo. Quitándome la ropa y empujándome hacía la cama, noté el éxtasis por unos momentos.

Y tumbándome lentamente en la cama, Darío me tocó lentamente cada centímetro de mi blanca piel. Haciendo que sintiese en cada momento, esa pasión desenfrenada que sentíamos el uno por el otro.

Y haciéndome suya, sentí por primera vez que tenía razón. Me había enamorado de él y no supe cuando y como ocurrió. Pero lo que, si podía saber, es que este amor podía ser tanto dañino como apasionado. Una pasión que ha ido creciendo.

Respiraba hondo después de un orgasmo y mientras que lo hice, oía latir el corazón de mi marido lentamente. Eso me hizo saber que estaba lista para formar una familia.

―¡Mil euros italianos por tus pensamientos locos de estos momentos! ―exclamó él

―Lo siento.

―¿En qué pensabas? ―me preguntó.

―Pensaba en mi madre y en la familia que formó.

―Eso quiere decir que quieres tener hijos a mi lado.

¡Demasiado tarde!, pensé.

―Sí. Al menos intentarlo. Él sonrió.

―Sabes ―dije―, tengo un poco de hambre.

―Lo sé. Pero estoy rendido para otro orgasmo.

―No me refería a ti. Pero sí que estaría bien otro orgasmo.

―Vale. Voy a traer la cena.

―Vale.

Se levantó de la cama y se puso después algo por encima. Después se marchó de la habitación.

Después de una larga cena, volví a tumbarme en la cama al lado de Darío. Pero lo hice, sintiendo esos síntomas de embarazo que llevo teniendo desde mucho antes de enterarme de que esperaba un bebe.

Comencé a pensar por unos momentos, hasta que algo me distrajo. Mi marido dándome otro orgasmo. Uno que no me había vuelto a esperar. Y sabía que todo aquello era bueno para mí y mis sentimientos. Tan bueno como lo había sido Estefan cuando éramos jóvenes y no teníamos esos problemas que ahora si teníamos.

Pero había algo bueno en todo esto. Y era que mi bebe podría darme la fortaleza en el amor que no tuve con Estefan hace años. Un amor que ahora Darío comenzaba a demostrarme.

Para Ti Es Mi Voluntad (Química Entre Nosotros I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora