Capítulo 65

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Todo iba bien entre nosotros. Todo hasta que la lié. Y luego la lió él.

El simple hecho de recordarlo me provoca de todo menos gracia. ¿Por qué tenía todo que acabar así? ¿Por qué nos habíamos fallado? ¿Por qué si yo lo quería más que a nadie? ¿Por qué si estaba enamorada hasta las trancas?

La verdad es que no sabía la respuesta de ninguna de esas preguntas, por eso os voy a dejar que saquéis vuestras propias conclusiones.

A fin de cuentas, como ya os había dicho en alguna que otra ocasión, tenía que reconocer que Tiffany no era una mala persona. Al contrario, durante estos meses había compartido algunas palabras con ella y verdaderamente se alegraba por lo que Louis y yo teníamos. Pero claro, no podía decir lo mismo de su amiga. Esa sí que era un grano en el culo. Bueno, peor que eso incluso.

Desde que la conocí no había parado de revolotear alrededor de Louis como una mosca. Sí, sí, una mosca pesada y fea. Aunque la chiquilla no es que sea fea precisamente, pero yo la tenía ya entre ceja y ceja y era incapaz de ser imparcial.

<<¡Pero qué fuerte eres! ¿No tienes planes para esta noche? ¿Desde cuándo has cambiado tanto? Tengo entradas para el partido de fútbol de esta noche, ¿quieres venir conmigo? Y yo que pensaba que a ti te gustaban las chicas de carácter más fuerte.>>

Esas y otras cosas le dijo a Louis en repetidas ocasiones, tanto si estaba yo delante como si no. Aunque claro, después de nuestra pequeña confrotación, que yo estuviera presente aumentaba sus ganas de joder lo nuestro. 

Pero una cosa os digo: yo esperaba también que a ella le gustase el carácter fuerte, porque estaba a nada de estrellar mi puño en su cara y echar a perder su perfecto maquillaje.

PAYASA.

No sé si lo habréis notado, pero la verdad es que ya me estaba cansando de ella y también del chico de los tatuajes porque no le daba ninguna importancia.

- Ya lo hemos hablado, Alice. No tienes que preocuparte.

- Ya lo sé, ¿pero acaso te has dado cuenta de cómo te mira? ¿Y de cómo te trata? - le pregunté. - Además, que ya nos hemos peleado en más de una ocasión y me lo advirtió. Me dijo que se metería conmigo. No así, pero me lo dijo.

- Pero a mí me la pela.

- Pues a mí no - contesté cruzándome de brazos - y como se le ocurra hacer algo raro, se las verá conmigo. Luego no me digas que no te avisé.

Y le avisé. Y no solo se lo dije una vez. Y también la avisé a ella. Y por eso mismo estoy ahora cómo estoy. 

Recordarlo hace que se me acelere la respiración.

- Mierda - siseé.

- ¿Qué pasa? - me preguntó el chico de los tatuajes.

- Se me ha olvidado la cartera en mi habitación - contesté.

- ¿Te acompaño?

- No te preocupes, no tardaré - respondí.

Rápidamente subí los escalones hasta llegar a mi habitación, cogí la cartera y volví a bajar. No tardé ni cinco minutos, pero justo cuando salí de la residencia, los vi: a Mel y a Louis hablando de nuevo. 

Comencé a acercarme, pero ella me vio. Nuestras miradas coincidieron en una milésima de segundo y antes de que pudiese reaccionar, estampó sus labios contra los de él. Por supuesto, Louis inmediatamente la apartó y se llevó las manos a su boca, como si quisiera borrar lo que acababa de pasar, pero ya era demasiado tarde. 

Apreté mis puños en clara señal de rabia y acorté las distancias que había entre nosotras. Con un movimiento rápido me enfrenté a ella y la abofeteé. Pero claro, en ese momento estaba tan enfadada que me faltó tiempo para saltar encima de ella y demostrarle de una vez por todas que conmigo no se juega.

Solo bastaron unos segundos para que Louis me cogiese en volandas y nos separara. O mejor dicho, que me separase a mí de ella. Porque Mel, tampoco es que me hubiese tocado.

- ¡Suéltame! - le grité, pero el chico de los tatuajes claramente no lo hizo.

Más bien, Louis no me hizo caso hasta que llegamos a su habitación. Una vez allí, me depositó en el suelo y cerró el pestillo para darnos más privacidad. Pero claro, yo no quería ni privacidad ni tranquilidad ni nada. En ese momento, no lo quería tener cerca.

¿Cómo había permitido que los labios de Mel se juntasen con los suyos aunque fuese durante una fracción de segundo? Estaba furiosa y muuuuy celosa.

- Apártate - le dije dirigiéndome hacia la puerta, pero su fuerte cuerpo me lo impidió - ¿te quieres quitar?

- ¿Y tú te quieres tranquilizar? - me preguntó - Estás histérica.

- ¿Histérica? - repetí mientras comenzaba a reírme - ¡Estoy furiosa! - le grité - Te lo dije y tú no me hiciste caso. ¡Te ha besado en toda mi cara!

- Casi ni lo he notado - respondió.

- ¿Sabes lo que sí vas a notar? La patada en las pelotas que te voy a dar si no te apartas de mi camino - le contesté sin dejarle responder.

La expresión de Louis al escuchar mi respuesta fue mítica y juraba que si no fuera por el cabreo monumental que llevaba encima, me habría echado a reír.

- Cálmate de una vez.

- Me calmaré cuando no te tenga delante - respondí.

- ¡No he tenido la culpa!

- ¡Por supuesto que las has tenido! - le grité - ¡Ella estaba pavoneándose delante de ti y tú no hiciste nada para evitarlo!

- Solo somos amigos.

- ¿Amigos? - repetí incrédula - Esa chica no te veía precisamente como su amigo, ¿o vas a decirme lo contrario?

- De la misma manera en la que te ve Philip, ¿no?

Inmediatamente me quedé callada, asimilando que Louis había comparado a alguien que vivía en nuestra residencia las veinticuatro horas del día con una persona a la que no quería ver, ni hablar, ni saber nada de él. ¿Acaso no se daba cuenta de que aquel francés no me importaba en lo más mínimo? ¿Acaso mis sentimientos por el chico de los tatuajes no eran evidentes?

Louis y yo nos quedamos en silencio por unos instantes. Yo lo miraba y él me miraba a mí. Y por más que lo miraba, más lejos de él quería estar.

- Alice - dijo rompiendo el silencio mientras alargaba su mano para acariciar mi brazo, pero yo me aparté.

- No me toques - contesté sin mirarle.- No me toques y déjame salir.

Louis suspiró y lo hizo pesadamente. A regañadientes se apartó de la puerta y se sentó en la silla de su escritorio, dejándome vía libre para salir de allí. Aún así, me sorprendió. No por nada, sino porque el chico de los tatuajes suele ser insistente, sobre todo cuando muy en el fondo de mi alma sabía que él no tenía la culpa. Sin embargo, eso no iba a admitirlo. No ahora.

Por supuesto, del cabreo que tenía pensé en buscar a la tiparraca esa y acabar lo que había empezado, pero no sé cómo logré no hacerlo. A zancadas me dirigí a mi habitación y agradecí a la divina providencia porque hoy fuese viernes y mi compañera de habitación hubiese decidido pasar el fin de semana fuera porque, desde luego, le habría tenido que explicar el motivo del portazo que acababa de dar y de las lágrimas que salían a borbotones de mis ojos.

No quería hablar con nadie.

¿Cuánto tiempo tardaría mi enfado en desaparecer? ¿Cuánto tiempo tardaría Louis en venir a buscarme? ¿Cuánto tardaría en dejar que la lógica reinase sobre la irracionalidad que estaba sintiendo?

No lo sabía.

Pero lo que sí sabía era que necesitaba tiempo y espacio. Pero no me di cuenta hasta el sábado por la mañana, después de ignorar a Louis, a Tiffany e incluso a mis amigos. Mi humor era de perros, no podía evitarlo. Así que después de ser consciente de lo mal que me estaba sentando esto, guardé algo de ropa en una mochila y huí como la cobarde que soy y que seguiré siendo toda mi vida.

¿Dónde fui?

Pues al mismo motel en el que me refugié después de aquella espantosa pelea que tuvimos y que resolvimos de la mejor manera posible.

Los polos opuestos se atraenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora