Capítulo 41

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- Hemos llegado a su parada, señorita Grestel.

- Gracias - respondí sonriente - ¿no vas a entrar? - le pregunté cuando vi que el chico de los tatuajes no tenía intención de salir de su coche.

- No, tengo que volver a mi casa otra vez.

- Ah, vale.

- Nos veremos luego - dijo después de darme un leve apretón en el muslo izquierdo.

- Claro - contesté y salí del coche.

Pero ese día no volví a verlo. Porque claro, la universidad y el cansancio me vencieron incluso antes de que me diese cuenta de que me había quedado dormida sobre el escritorio. Y por supuesto, al día siguiente, lunes y con un dolor de espalda del demonio, me acordé del momento en el que decidí ponerme a estudiar en la mesa y no sobre la cama, como solía hacer siempre. 

El caso es que parecía que la divina providencia estaba hoy en mi contra, ya que se puso a llover justo en el momento en el que Doris y yo salíamos de la universidad. Y para colmo, no llevábamos paraguas.

- ¡Corre! ¡Corre! - me gritó Doris mientras intentaba resguardarse torpemente de la lluvia con su gabardina negra.

El cielo estaba tan gris que parecía que, en cualquier momento, podría partirse en dos. Daba un poco de miedo... y eso que del Campus a la residencia solo habían unos cinco minutos andando.

- ¡Ten cuidado! - le respondí - ¡Te vas a caer!

- ¡Mierda! - gritó de vuelta.

Y se cayó. Como para no hacerlo. Si es que mi mejor amiga se había creído que era piloto de carreras. Sin el coche, claro. Y con la prisa que tenía por llegar, la caída estaba más que asegurada.

- ¿Estás bien?

- ¡Ay! Maldita lluvia...

- ¿Te has hecho daño?

- ¡Joder! - contestó incorporándose con dificultad.

- ¡Doris!

- ¿¡Qué!?

- ¿Quieres responderme?  

- ¡Por supuesto que no estoy bien! - dijo quejándose - Este pantalón era nuevo y mira cómo está... ¡me costó cincuenta libras!

- ¿No me digas? - le pregunté incrédula a la par de aliviada.

- Y tanto... y si sigues mirándome así, vas a ser tú la que vas a pagarme los malditos vaqueros.

- Tranquilidad, señora - dije haciendo un intento por no reírme. Se puso tan histérica.

- ¡Ni señora ni leches! ¡Vamos!

He de decir que el humor de mi mejor amiga mejoró drásticamente al ver que sus pantalones quedaron limpios como una patena después llevarlos a la lavandería.

- ¿Y bien? ¿Cómo me veo?

- Bellísima.

- Lo digo en serio, Alice.

- ¿Por qué te mentiría? - le pregunté al mismo tiempo que Hope entraba por la puerta de su habitación.

- Me gusta tu pantalón, Doris - comentó ella, sin saber que ese piropo era el único que mi mejor amiga necesitaba para creérselo - ¿vais a salir?

- ¿Tienes algún plan? - preguntó mi mejor amiga.

- Pues sí, porque necesito hablar contigo, Alice.

- ¿Conmigo?

- Así es. Te invito a un té y te cuento.

- Está bien - contesté - nena, nos vemos luego.

Los polos opuestos se atraenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora