Capítulo 49

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Louis

La quería fuera de mi vida, no sin haberla probado antes. Intentaba mentalizarme a mí mismo de que esa obsesión dañina que tenía por ella no era más que un fruto de la excitación que me provocaba su rechazo. Necesitaba volver a ser yo, el tipo malo y despreocupado que cada noche tenía a una chica en su cama. Pero no, ella no dejaba de entrometerse en mi vida y yo no dejaba que nadie se metiera en la suya, no quería que la rozara ni el viento.

De ahí mi reacción con el idiota del novio de mi hermanastra, el mismo al que le rompí la cara en una ocasión por imaginarse con ella. Pensé que le había quedado claro que no tenía que meterse con lo que es mío, pero esa vez la dañó y, si no llega a ser por Hope, lo hubiera matado. 

Verla allí tendida en el suelo, con sangre en su cabeza y casi inconsciente, me afectó de sobremanera. La cogí entre mis brazos, la observé dormir y velé su sueño e, incluso ahí, ella se preocupó por mí. Curó las heridas de mis nudillos y volvió a dejarse seducir por mí, o quizás fue al revés. El caso es que todo marchaba según lo previsto y, en menos de lo que podría imaginar, estaba seguro que caería sobre mis pies, pero algo pasó. Ella empezó a experimentar algún tipo de sentimiento por mí que, sinceramente, me removió el alma.

[...]

- Yo no quiero que me rompas el corazón.

- ¿Por qué dices eso?

- Pues porque es la verdad. Yo no soy una chica de una noche y tú no eres un chico al que le gusten las relaciones.

- Alice, yo...

- Lo mejor será que te alejes de mí.

[...]

Desde el primer momento en el que ella se cruzó en mi vida sabía que le rompería el corazón y, aunque a eso es a lo que me he dedicado desde que mi abuelo murió, no era algo de lo que me sintiera orgulloso. Al menos, no con ella.

Sabía que lo mejor era alejarme, que viviera su vida y se enamorase de un tío que le reconstruyera el corazón que su ex le había roto y que yo estaba a punto de romper de nuevo. Sin embargo, era demasiado egoísta y no podía dejar que eso sucediera. No podía alejarme de ella por mucho que me lo pidiera.

Su piel, su boca, su sonrisa, su mirada y su cuerpo fueron míos durante algunos minutos en los que ella se entregó a mí. Estaba a un solo paso de conseguirlo, de sacarme esa maldita obsesión que me carcomía por dentro, de satisfacer mis deseos con esa diosa de ojos verdes y piel inmaculada. Sin embargo, esa noche no pude culminar lo que tanto había ansiado. Parecía que el destino quería ensañarse conmigo, hacerse de rogar. Él era el que repartía las cartas y, al parecer, la suerte no estaba de mi parte. Sin embargo, nosotros nos empeñábamos en seguir a lo nuestro, no nos importaba el resto, pero al resto sí parecía importarle qué era lo que pasaba entre nosotros.

Tanto que esa noche, cuando vi a aquel tipo bailando con ella, sentí que salía humo por mis orejas. Ella no se daba cuenta, pero ya tenía una lista bastante larga de interesados y yo la encabezaba descaradamente. Sabía que si me descuidaba, alguno se me adelantaría y eso sí que no podría soportarlo. Así que la seguí, la asalté en el baño de aquel y le di el mejor orgasmo de su vida sólo con mis manos. Aunque, a decir verdad, no sé quién de los dos lo disfrutó más.

Ella era tan frágil y tan fuerte, tan segura y tan tímida, tan hermosa y tan mía que no dudé ni un solo segundo en mostrarle mi lugar favorito, aquel en el que casi me quito la vida. Le hablé de mi abuelo y de mí, temiendo que me dejara de la misma manera con la que yo dejaba a las mujeres. Sin embargo, volvió a sorprenderme.

Los polos opuestos se atraenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora