Capítulo 73 (Maratón)

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Louis

Siempre me había considerado una persona solitaria. Desde la muerte de mi abuelo no había necesitado a nadie a mi lado para vivir. Sí, para vivir; porque eso a lo que llaman felicidad no estaba hecho para mí. Sin embargo, yo había saboreado lo que era y, a decir verdad, me había gustado.

Con ella era inmensamente feliz.

El tiempo que pasé con Alice había sido el mejor de toda mi puta existencia. Ella había sido mi rayo de luz. Me había hecho mejor persona. Me hacía sentir que era invencible, que podía todo; pero al mismo tiempo me hacía sentir débil.

Con ella lo tenía todo.

Su sonrisa era lo más bonito que mis ojos habían visto en todos mis años de vida y, además, sabía que no volvería a ver algo mejor que eso. Sus ojos me tenían embrujados y el sonido de mi nombre en sus labios hacía que me creyese el rey del maldito mundo.

Mi niña mimada era un ángel; un ángel que vino a salvarme de todos los problemas y traumas que todavía no había sido capaz de dejar atrás. Le dije que se alejara de mí, pero de igual modo, ella no pudo hacerlo.

Pero se enamoró de mí y la perdí.

No sé en qué coño estaba pensando cuando fui a buscar a la chica esa. Era una niña bonita sí, pero no era Alice. Y más bonita que ella no había ninguna.

Se veía tan segura, tan tierna, tan perfecta y tan suya en aquellas fotos que tuve que contenerme para no ir a buscar a Megan y a aquel hijo de puta que la agarraba de aquella forma, como si fuera suya. Se veía que disfrutó y es que, ¿quién no disfrutaría teniéndola a ella al lado?

Juro que Martin estuvo a punto de encerrarme dentro de la habitación para que dejara de planear la manera más efectiva para matarlo. Estaba furioso. Conmigo mismo, pero también con ella. Porque estaba aprendiendo a vivir sin mí. Porque parecía que ya no le importaba. Porque había vuelto a sonreír y yo no era ni el causante ni la persona que recibía su preciosa sonrisa.

Había vuelto a las andadas, sí. La había observado desde lejos, la había seguido y había sabido todo sobre ella. Por eso quise matarme a mí mismo cuando me enteré que estuvo una semana visitando la enfermería por problemas de ansiedad. Quise correr a sus brazos cuando me enteré que se había desmayado y también quise matar a Mel por haberse inventado que me había tirado otra. 

Pero tampoco voy a mentir. Mi intención era exactamente esa: acostarme con ella. Aunque al final no pude hacerlo.

Quizás fue ese el momento en el que me di cuenta que los sentimientos de mi niña mimada tampoco eran tan descabellados cómo lo parecían.

Por un momento me imaginé sin ella: sin su sonrisa, sin sus caricias, sin su pelo haciéndome cosquillas en la cara mientras duerme sobre mi pecho, sin sus palabras salidas de tono, sin sus ocurrencias, sin el roce de su piel sobre la mía, sin sus gemidos, sin su manera de irritarse conmigo... 

Lo imaginé y juro que me faltó el aire. Me sentí vacío y también solo.

Justo cómo me sentía ahora viendo sus fotos en mi móvil. Ella era todo lo que siempre quise para mí, pero estaba seguro de que yo no era todo lo que ella soñó para sí misma. Alice se merecía otro tipo de atenciones, otro tipo de cariño, otro tipo de relaciones y otro tipo de tío a su lado. Aunque juro que solo de pensarlo pierdo el norte. 

Definitivamente, si no llega a ser porque alguien llamaba a mi puerta, habría adquirido el pack completo de la fortuna adversa: soledad, vacío, negación y corazón roto. Aunque sabía que al final terminaría comprándolo, ya que no esperaba ninguna visita y muchísimo menos iba a levantarme para abrir. Sin embargo, a pesar de no recibir respuesta alguna, la persona no cesaba de sus intentos y yo ya me estaba cabreando demasiado.

Los polos opuestos se atraenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora