Capítulo 1 (Editado)

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11 años después...

En el Gran Comedor de Hogwarts se estaba llevando a cabo la ceremonia de Selección de los primeros años, como era la tradición, la primera noche de estadía en el castillo. Entre los primeros años había dos niños, que alguna vez llegaron a ser casi idénticos, y que ahora son tan diferentes que nadie podría ni siquiera imaginar que alguna vez pudo haber habido alguna clase de parecido entre ellos. Uno de ellos, de cabellos rojos como la sangre y ojos marrones, algo alto para su edad y de un cuerpo ni muy delgado ni muy gordo, y una sonrisa coqueta dispuesta a aparecer en cualquier momento; mientras que el otro, de pelo azabache como el carbón, y ojos tan verdes como la más letal maldición asesina, y rostro angelical, con un aura de inocencia tan convincente que si alguien les dijera que él sería el siguiente Señor Oscuro, no solo no le creerían, sino que también lo alejarían lo más posible del pobre ángel para protegerlo de ese tipo de influencia.

Y, también en el Gran Comedor, había otro individuo interesante. Un profesor esta vez, más concretamente, el joven y apuesto nuevo profesor de Defensa Contra las Artes Oscuras. Era un hombre atractivo, de pelo castaño oscuro, casi negro, y ojos azules y fríos como dos glaciares, que observaban atentos cada movimiento del pequeño ángel, el cual se sabía observado y no hacía ningún movimiento en falso, pues no estaba seguro de quien lo observaba, y lo último que quería era revelar ciertas cosas antes de tiempo, provocando así el orgullo de su observador. Sin embargo, dicho observador, fue sacado bruscamente de su vigilancia cuando la profesora de transformaciones, Minerva McGonagall, llamó a un niño que debía mantener bien vigilado, pues podría llegar a suponer una gran molestia para el profesor y su ángel en el futuro.

-Potter, Abraham.

Inmediatamente, el niño pelirrojo, antes mencionado, se encaminó, con porte algo galante, hacia el taburete para que, nada más rozar su cabeza, el Sombrero Seleccionador gritara:

-¡Gryffindor!

El niño, Abraham, fue a sentarse a su mesa lleno de orgullo, pues había sido seleccionado en la casa de sus padres y padrino, y también la de su héroe, Albus Dumbledore.

Unos cuantos nombres después, nuestro niño ángel también fue llamado, provocando conmoción en aquellos que conocieron al otro único mago del planeta en llevar ese apellido.

-Riddle, Harrison.

Harrison, con un porte elegante, típico de un sangre pura, se sentó en el taburete y esperó pacientemente a que el Sombrero Seleccionador le dijera su casa y, aunque tardó algo más de lo previsto, al final acabó mandándolo a la casa a la que pertenecía, haciendo así que su observador se sintiera aún más orgulloso de él que antes.

-¡Slytherin!


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