●● P ᴇ s ᴀ ᴅ ɪ ʟ ʟ ᴀ

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S O P H Í A ________

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S O P H Í A
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Guadalajara, México

Marzo 2007

( ♪ ) Rojo. Sombras flotaban sobre la luz, tocándola y huyendo de ella al ser traspasadas. Era todo lo que podía ver con mis ojos cerrados. En realidad, se trataba del reflejo de mi lamparita de noche. Tenía un líquido rosa neón en el interior donde un montón de hojuelas circulares y metálicas nadaban dentro, bañando de luz rosada y rojiza toda mi habitación. Me daba miedo la oscuridad. Así que, desde siempre, había dormido acompañada de pequeñas lamparitas de noche, quienes me ayudaban a no entrar en pánico al apagar la luz para dormir, o bien, que se me ocurriera abrir los ojos durante la noche. Pensaba que todo aquello de lo que mis ojos eran incapaces de ver acechaba en la oscuridad, esperando a devorarme y sacarme el corazón mucho antes de que yo pudiera siquiera gritar. De alguna manera, sentía que la luz me abrigaba, deteniendo la maldad, como si fueran guerreros dorados con escudos, situados en el borde de la luz, empujando y luchando para impedir el paso de la oscuridad y a todo aquello que viniera detrás de la penumbra.

Mi corazón latía desbocado, preso del terror que le causaba a veces la noche. Y curiosamente, cuando tenía insomnio, el mundo parecía más grande, más peligroso y mezquino de lo que ya era. Los problemas se tornaban más graves y los temores asfixiaban, como soltarse voluntariamente al abismo, atada con una soga por el cuello, con los huesos crujiendo y temblando mientras moría bajo el poder de mis terribles pensamientos.

Las lágrimas se escurrieron por el puente de mi nariz. El día anterior había sido un día de mierda, de esos que ya sabes que van a ir mal desde el momento en que despiertas. En realidad, siempre me salía todo mal, y mi existencia parecía superarlos límites de la mala suerte. Mi pesimismo era la cereza del pastel, siempre presente para escupirme el maldito e inútil parásito que era. Sin haber conseguido sacar la frustración de mi sistema, las pesadillas esperaron pacientemente a que me durmiera para así poder atacarme, obligándome a despertar sobresaltada y dolorida del alma.

Me revolví en la cama sin abrir los ojos, llevando la almohada conmigo y girándola para dormir sobre el lado más frío y seco. Con el llanto silencioso y los mocos, la tela ya era una completa porquería. Mi ropa de dormir también me molestaba. Estaba torcida por todo mi cuerpo y me impedía moverme con libertad. La frustración me provocaba calor, el cabello se pegaba a mi frente y, como si no fuera suficiente, las sábanas estaban hechas un nudo entre mis piernas. Me giré de nuevo, enfadada. Tiré de mi pijama, colocándolo correctamente y pataleando hasta desenredarme de las sábanas.

¿Qué hora será? Me pregunté una vez que se me acabaron las lágrimas. Debatí en mi cabeza si revisar el reloj, pero rápidamente me arrepentí. Lo último que quería era calcular el tiempo que había desperdiciado dando vueltas en la cama y lo poco que me quedaba antes de tener que arrastrar mi trasero fuera de ella. Me giré de nuevo ¡Duérmete!, me regañé a mí misma, obligando a mi cerebro a generar lo necesario para poder dormir o... pensándolo bien, mejor que no. Si me daba sueño en ese momento, cuando tuviera que levantarme iba a desear morir. Porque, como buena suerte, ya que conseguía dormir, era ese momento cuando tenía que levantarme dolorosamente de la cama. Era como una maldición.

LUCIÉRNAGA ROJADonde viven las historias. Descúbrelo ahora