─ ─ ─ ─ ●●● P ᴏ ᴅ ᴇ ʀ

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Los siguientes días falté al trabajo hasta que mi rostro dejó de lucir como un alíen

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Los siguientes días falté al trabajo hasta que mi rostro dejó de lucir como un alíen. Incluso, sabiendo el montón de mentiras que tenía por opciones para cubrir mi estado, entendí que no podía seguir evitando a las personas ni mis responsabilidades, pues con el incidente, decidí apagar mi teléfono. No quise saber de nadie ni mucho menos dar explicaciones. En la universidad, expliqué una de mis tantas mentiras preparadas y nadie más ahondó en mi situación, lo cual agradecí. Continuaba inexplicablemente molesta y era más que consciente de ello. Las meditaciones me calmaban momentáneamente o me hacían cosquillas en la ira. Me descargaba durante los ensayos con los chicos, para finalmente estrellarme con la almohada por las noches, sintiendo que no tenía suficiente y que seguía asfixiándome.

(♪) Removí las cortinas, dejando entrar la luz. Afuera, el día pintaba a que en cualquier momento iba a caerse el cielo. Sonreí por eso, abriendo la ventana para dejar que la frescura se colara en mi habitación. Amaba los días nublados y esa sensación de querer acurrucarme en la cama, leer un libro o ver películas hasta escupir sangre; acompañada de chocolate caliente o un buen café de olla. La cuestión era que, ya tenía que presentarme a trabajar y no había manera de que disfrutara de todas esas cosas que deseaba terriblemente.

Cuando entré a la galería, Ángela ya me esperaba detrás del mostrador, luciendo como un suricato que se debatía entre salir o no de su madriguera, sabiendo que había peligro fuera. Al final, ella prácticamente me delató con André y de alguna manera me tranquilizó que él no tomó a mal la verdad sobre mi ausencia, por el contrario, le hizo mucha gracia.

–¡EH¡, Ahí está mi chica –dijo con buen humor, chocando los cinco conmigo–. ¿Puedo preguntar cómo quedó la contrincante? –Me enseñó los dientes, con una sonrisa.

–Mucho peor –Alardeé, para seguir el juego, pero la verdad es que no me hacía mucho orgullo lo que había ocurrido.

Ángela me entregó una taza caliente de chocolate oaxaqueño, mismo que me cubrió con su delicioso aroma, provocando que mi boca se inundara de saliva inmediatamente. Aquella muestra de afecto se trataba nada más y nada menos que de una ofrenda para calmar a mi bestia interior, y un sutil aviso de que enseguida iniciaría el interrogatorio al que ya me había mentalizado que no iba a poder evitar.

Poco antes de oscurecer, comenzó a llover. Esa tarde era deliciosa y no tenía que ir a la universidad, pero sí que tenía trabajo acumulado en la galería. Ángela había salido temprano, por lo que me ofrecí a hacer el trabajo que ella había dejado a la mitad, estaba enloqueciendo con la universidad y yo la había dejado tirada con exceso de trabajo. Además, necesitaba tener la mente ocupada fuera de la ira. De modo que, cuando cayó la noche, me pareció una sorpresa el montón de tiempo que trascurrió sin joderme con los pensamientos, cosa que ayudó a que mi humor mejorara considerablemente.

Mi teléfono sonó con la llamada de Leo, donde avisaba que estaba fuera del centro comercial, esperándome para ir a ensayar. Bromeó conmigo el resto de la llamada, mientras yo ponía todo en orden: apagando las luces de la galería y activando la alarma. Colgué el teléfono entre risas, dirigiéndome hacia la puerta de la entrada. Un cuerpo se removió entre la oscuridad, absorbiendo el poco buen humor que me había construido durante todo el día. Era Diego. (♪)

LUCIÉRNAGA ROJADonde viven las historias. Descúbrelo ahora