─ ●● F ᴜ ᴇ ɢ ᴏ

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Chichén Itzá, México
Junio 2011

( ♪ ) El cielo se había ya pintado de negro, dejando un sin fin de estrellas que se sentían tan cercanas como si pudieras tocarlas con la punta de los dedos. Tenía mis pies descalzos mientras caminaba sobre las rocas que delimitaban la laguna. Me daban cosquillas en los pies al sentir su textura rugosa, a veces arenosa y cálida. Me hice un lugar entre ellas y hundí los pies en el agua iluminada de azul. De vez en cuando, la luz ámbar que adornaba las jardineras se tornaba de un verde luminoso al penetrar las hojas, y ese mismo reflejo, rozaba sobre el azul del agua, llegando todos los colores juntos a mis deditos para jugar con ellos hasta verlos convertirse en burbujas plateadas en la profundidad.

Eran las vacaciones de verano y mis padres estaban emocionados por el viaje, pues hacía mucho que no nos divertíamos tanto. Viajamos a lo largo y ancho de Yucatán, y desde nuestra llegada a tierras mayas, me sentía levitar por cada rincón, imaginando que la selva me purificaba en cada paso. Una vez que recorrimos, sentimos y comimos todo lo posible del estado; hasta casi escupir sangre, llegamos a nuestro último destino: Chichén Itzá.

Nos registramos en un lindo hotel a un par de minutos de la zona arqueológica, pero el calor era tan similar a haber descendido al infierno que, prácticamente no hubo manera de arrancarme de la alberca y a mis padres del bar, quienes prometieron beberse toda la cerveza disponible en el hotel. Estaban borrachos y felices. Nunca los había visto de esa manera: hablando con todo el mundo o sin permitirle a los amables meseros que hicieran su trabajo con el resto de los visitantes, debido a que continuaban haciéndoles preguntas y bromeando con ellos, lo cual también era extraño. Mis padres eran las personas más frías y antisociales del planeta... O al menos cuando estaban uno cerca del otro.

La presencia de mi hermana y la mía parecía no tener espacio en la mesa de nuestros padres. Así que, en el momento en que nos hartamos de comer sofisticados platillos de comida yucateca, optamos por retirarnos y hacer un recorrido por todo el hotel. Pero, de inmediato, terminé abandonada por Bárbara. El hecho de no ver a su novio por tantos días prácticamente la estaba consumiendo. Tanto que le fue imposible desprenderse de su teléfono en todas las vacaciones

¿Por qué simplemente no disfruta de esto? Pensé, poniendo los ojos en blanco cuando escuché sonar por millonésima vez su celular. La vi escabullirse sin rumbo mientras respondía la llamada con esa vocecilla ridícula que siempre usaba con su novio. Y con esa imagen que me pareció tan lamentable, me hice la promesa de que jamás dejaría de vivir por alguien.

Permitiendo que el entorno me engordara con su belleza nocturna, deambulé por los caminos. El sitio en realidad no tenía pinta de hotel. Era más bien una especie de construcción pequeña que se adaptaba a la selva sin dañarla. A simple vista, su arquitectura me recordó a esa clase de máscaras prehispánicas que se tallaban en madera, o bien, una mezcla de glifos mayas que se reflejaban en sus formas tan orgánicas. Sumado a esto, mientras caminaba, la temperatura cálida y húmeda que brotaba de la tierra acompañaba a las plantas y a sus deliciosos aromas que corrían para abrazarte, cuidando cada uno de tus pasos, sincronizándose también con los animales que cantaban y susurraban para arrullarte en la noche.

LUCIÉRNAGA ROJADonde viven las historias. Descúbrelo ahora