─ ─ ─ ─ ─ ─ ─ ─ ●●● D ᴀ ʟ ɪ ᴀ

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El sonido de las maletas, siendo arrastradas por los pasillos del aeropuerto, sonaba como un triste eco en el cerebro de todos

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El sonido de las maletas, siendo arrastradas por los pasillos del aeropuerto, sonaba como un triste eco en el cerebro de todos. La mayoría durmieron un poco en el avión, mientras que Diego y yo nos dedicamos a besarnos y a hacernos tiernas caricias. Ahora, mientras nos dirigíamos a la puerta de la realidad, permanecimos fríamente alejados y mudos, suponiendo que estábamos tan deprimidos por el regreso a la rutina, o bien, era que ninguno quería aclarar qué era lo que nos traíamos y en dónde nos dejaba; o quizá solo era yo la que se lo preguntaba.

Al aterrizar, los mensajes de Leo llegaron hasta mi teléfono, junto con una serie de fotografías ridículas de él en el trayecto hacia el aeropuerto. La última foto, era de la puerta por la que se suponía que yo debía de salir, indicándome que él ya estaba esperándome. Su entusiasmo podía poner de buen humor a cualquiera, cosa que le agradecía, pues de no ser por sus mensajes, no habría podido lidiar con el silencio incómodo que deambulaba entre Diego y yo.

Al atravesar la puerta, inmediatamente, un ridículo cuerpo moreno llamó mi atención. Llevaba una especie de horrible sombrero en un intento muy desgraciado de Agave. La sonrisa blanca y desvergonzada de Leo brillaba con todas las intenciones de hacerme quedar en ridículo. Solté una carcajada cuando Leo se abalanzó sobre mí, en un gran abrazo.

–¿Qué demonios traes puesto? –Le pregunté entre risas, mirando hacia la mierda que le adornaba la cabeza.

–Tenía que ser lo primero que vieras –dijo, presumiendo y dándose la vuelta para que, según él, admirara lo bien que se veía. Algunas chicas alrededor sonrieron ridículamente, como si Leo fuera un jodido oso de peluche–. Mira que dio un buen resultado. Hasta voy a llevarme unas cuantas fans –Añadió, guiñando un ojo al par de mujeres que le habían llamado la atención.

Leo me ayudó con el equipaje mientras me giraba para averiguar en dónde se habían quedado los chicos, hasta que los encontré reunidos en un círculo, despidiéndose.

–Dame un segundo –Le pedí a Leo. Me acerqué hasta ellos, despidiéndome de cada uno y dejando, estratégicamente, a Diego hasta el final. Estaba imposiblemente nerviosa.

–Gracias por todo –Comencé a decir, sin saber a dónde iba a parar esa conversación. Él simplemente asintió.

–¿Te veo luego? –habló en seguida, dejando que todo se sintiera como en el limbo. De inmediato, bloqueé mi cerebro ante cualquier intención de darle vueltas al asunto, queriendo no sentirme mal porque no mencionara si lo que tuvimos significó algo para él, pues luego de que le confesara mis sentimientos, él jamás dijo algo sobre lo que pensaba o sentía. Y a decir verdad, me aterraba preguntarle. Definitivamente, no quería enfrentarme a su rechazo.

–Claro. Nos vemos –contesté, fingiendo total calma al acercarme para darle un beso en la mejilla. Él descansó rápidamente una mano en mi nuca y estrelló sus labios con los mío, tomándome por sorpresa. No me negué. Era tan bueno besando que, entre su lengua, se llevaba la cordura y toda la parte razonable que pudiera yo tener. Terminó el beso lentamente, dejándome tan desorientada. Casi podía sentir mis ojos girando alrededor de mi cabeza, como globos de helio.

LUCIÉRNAGA ROJADonde viven las historias. Descúbrelo ahora