─ ─ ─ ─ ─ ─ D ʀ ᴀ ɢ ᴏ́ ɴ

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Me estacioné frente a la casa de Sophía, misma que se encontraba sobre la carretera que nos quedaba de camino

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Me estacioné frente a la casa de Sophía, misma que se encontraba sobre la carretera que nos quedaba de camino. Era una finca colonial con todo el poder necesario para ponerme la piel de gallina. Estaba rodeada de árboles, pareciendo que nacía de entre ellos, y encima, la volvían más oscura. Se presumía tan aterradora y su obvia antigüedad me obligó a imaginar la cantidad de muertes de las que, seguramente, había sido testigo durante toda su historia. Además, había algo en su dramática apariencia que causaba lástima, dando la impresión de que la construcción aún luchaba por mantenerse en pie y seguir mostrándose como un hogar acogedor.

Me bajé del auto, pues en el interior de esta parecía reinar el silencio. Subí hasta la entrada, y antes de que me decidiera por tocar el timbre, noté que la puerta estaba entreabierta, revelando una monstruosa oscuridad dentro. Era muy temprano y el sol apenas quería despertar sobre el cielo.

–¿Sophía? –La llamé bajito, antes de entrar. Solté el aire de a poco al sentirme atrapado en una película de terror.

Revisé mi celular, en la espera de que ella ya hubiera contestado a mis mensajes y llamadas, pero no lo había hecho. Marqué a su celular. Buzón. Estaba cagado de miedo al mirar hacia el interior. Todo era silencio, y en el auto, Ángela y Carlos parecían no darse cuenta de nada. Bien podrían matarme allí mismo y ellos ni enterados.

Sin más remedio, entré a la casa, lentamente. Fui recibido por su frialdad y la oscuridad de ella. El olor a café y canela llenó mi nariz, aliviándome el miedo. Deambulé con sigilo hasta llegar a lo que parecía la sala y en la que me encontré con una chimenea de piedra, plagada de fotografías. La rodeé hasta descubrir la cocina y aquella olla vieja de barro, humeando tranquilamente. El aroma a café, con piloncillo y especias, se volvió más intenso, y a la par, mis ojos cayeron sobre aquellas migajas de pan, justo alrededor de una taza muy graciosa que resultaba ser una versión miniatura de la que se encontraba sobre la parrilla. Hice girar un poco la taza y me reí por lo bajo al leer lo que tenía escrito: "Alergic to pendejadas".

Me quedé un momento analizando el entorno y la dinámica que debía vivir Sophía por las mañanas: los utensilios que usaba y todos esos detalles que lucían más desgastados por el uso constante. De pronto, fui consciente que había estado acompañado por un susurro, casi inaudible, y que a la par, una luz azul, junto con un sin fin de destellos, me deslumbraron en aquel entorno oscuro. Entrecerré los ojos con dolor y me enfoqué en lo que estaba ocurriendo en la televisión. Una princesa giraba con elegancia al sentir como un vestido de un intenso color azul se le dibujaba mágicamente en el cuerpo. Me quedé allí un momento, sabiendo que sonreía ampliamente al viajar entre la película y aquella arrebatada taza de café, sintiendo un magnífico placer por poder conocer más y más de ella; de saber que cada vez, Sophía cubría un pedazo extra de mi ser, llenándome y queriéndola más y más.

Me volví con la intención de salir de su casa y mejor esperar, pues de pronto sentí que estaba allanando su casa. Pero, antes de salir, presté mayor atención a aquel muro de fotografías, aterrizando en una en especial que atrapó mis ojos, obligándome a sonreír. Era ella, siendo una niña pequeña, disfrazada de un dragón negro con una piedra pintada de azul, pegada a su frente. Y sobre su cabeza, llevaba una diadema que incluía los cuernos y las orejas del dragón; hecha con plumas negras. Ella mostraba sus dientes, sacando también la lengua. Se le veía tan feliz y feroz en su atuendo, aunque para mí lucía más a un diablillo bebé. Parecía que iba en el kínder, pero a juzgar por su apariencia, supuse que apenas un poco después fue cuando la vi por primera vez, pues tenía ese mismo aspecto: salvaje, natural y torbellino, imposiblemente bello.

LUCIÉRNAGA ROJADonde viven las historias. Descúbrelo ahora