La hora azul pintaba el cielo una vez que llegué hasta la casa de Ángela, o más bien, la casa de André. Ambos vivían juntos luego de que ella decidiera estudiar en la ciudad, puesto que, al igual que André, provenían de un pueblo muy pequeño que se encontraba a un par de horas de Guadalajara. Como prometí, llegué un poco más tarde. Estacioné mi auto y me quedé un momento fuera, contemplando aquella arquitectura blanca, acristalada y detallada con la elegancia del mármol color marfil. El resto era todo cristal, luciendo cual vitrina que almacena algo preciado dentro. Delgadas líneas de luz blanca la iluminaban mágica y estratégicamente, mientras que, a su alrededor, la enmarcaban jardines perfectamente diseñados y un espectacular espejo de agua, descansando a un costado de la puerta de entrada, dándote la más serena de las bienvenidas.
Levité por todo el camino. Nunca había visto una casa tan preciosa... Todas las que le rodeaban lo eran, pero esa en especial, parecía de otro país, pues era esa clase de casas de ensueño que únicamente veías en revistas. Sin dejar de babear, toqué el timbre. Un momento después, una señora regordeta de aspecto amable abrió la puerta, permitiéndome la entrada y guiándome en el interior de la casa. Había demasiado ruido para ser solo unas cuantas amigas de Ángela. Dentro, los colores hacían juego con la fachada, sorprendiéndome por el arte de André que flotaba con tanta elegancia, suavidad, perfecta técnica y tan opuestas a lo que mostraba en la galería. (♪) Salí a la terraza, bebiéndome de todo aquello donde mis ojos caían con incredulidad: una chimenea cubierta de mármol, donde preciosos muebles de exterior blancos le enmarcaban, junto con un minibar igualmente de piedra y que hacía juego con todo lo demás. Estupefacta, dejé sobre la barra una botella de tequila. A la par en que continuaba alucinando por absolutamente todo. Detrás de mí, una voz aguda me llamó.
—¡Sophía! —Chilló Ángela, abalanzándose sobre mí. Se le veía un poco borracha.
—Te traje esto —Le dije, poniendo una caja de chocolates entre nosotras y empujándola para liberarme de su efusiva muestra de afecto. Miré alrededor, enterándome apenas del montón de gente que llenaba todo el jardín. Eso no era ni de cerca una maldita reunión.
—Qué bueno que has llegado. Ven. Quiero que conozcas a todos —habló, tomándome por el brazo y llevándome hasta los invitados.
Hice un registro rápido por los rostros de las personas y me sorprendí al reconocer a algunas de ellas de Montecarlo, cosa que me provocó un nudo en el estómago. Nadamos entre los asistentes, mientras yo digería todo lo que se estaba viviendo en la fiesta: algunos se encontraban dentro de la piscina, participando en juegos para beber desenfrenadamente. Acto seguido, levanté la mirada al sentirme envuelta por destellos cálidos de lámparas de papel, mismas que flotaban a lo alto y por todo el jardín.
Bajé un par de escalones sin darme cuenta, encontrándome de golpe con un par de ojos, quienes ya me fulminaban desde la esquina de lo que parecía ser una terraza, sumergida a un costado de la piscina. Estoy soñando, estoy soñando. Me repetí. La sangre en mi cuerpo de pronto se refugió a mil años luz, pensando en que aquello tenía que ser alguna especie de broma ¿De mal gusto? No. No. Sí que era un gusto poder verlo, ¿a quién no le daría gusto admirar a esa clase de espécimen seductor azul, tan digno de baba? Reconsideré en mi cerebro.
ESTÁS LEYENDO
LUCIÉRNAGA ROJA
Romantik"𝐸𝑙 𝑝𝑜𝑑𝑒𝑟 𝑒𝑠𝑡𝑎́ 𝑒𝑛𝑡𝑟𝑒 𝑙𝑎𝑠 𝑠𝑜𝑚𝑏𝑟𝑎𝑠 𝑑𝑒 𝑡𝑢 𝑟𝑒𝑓𝑙𝑒𝑗𝑜". Inspirada en la mitología mesoamericana, la Serpiente Emplumada, después de haber estado rodeada de huesos antiguos como resultado de un genocidio oculto, como ca...