─ ●●● P ɪ ᴇ ʟ

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Silencio. Sabía que ya había abierto los ojos, pero lo único que podía ver era negro. El parpadear y mi respiración parecían escucharse demasiado. Me senté en el lugar donde me encontraba, sintiendo un montón de texturas que picaban bajo mis pies descalzos. Solté un chillido por la desagradable sensación que no lograba divisar. Enseguida, toqué mi cuerpo al ponerme de pie, trastabillando. Todo estaba en su lugar, no me dolía nada y al parecer todavía llevaba el mismo vestido magenta que me había puesto... «¿Esa mañana?, ¿dónde estaba?, ¿qué día era?». Empecé a hiperventilar. Ya tenía 18 años y aún no lograba superar el pánico a la oscuridad.

El sonido de un aleteo pesado se escuchó en algún punto detrás de mí, seguido de un lamento que cortó mi pecho. La piel se me puso de gallina y empecé a sudar frío. Mi corazón golpeaba rápidamente «¿Qué mierda había sido eso?». El sonido de las alas parecía estar más cerca. Me giré histéricamente con mis brazos extendidos, intentando sentir algo. El aleteo se acercó un poco más. Otro lamento contenido. Entonces, empecé a llorar y a temblar hasta que aquellos lamentos se sincronizaron con mi llanto.

Mis manos, mi nariz y mis pies estaban congelados. Estaba aterrada. Sentí el aire de las alas a solo un par de centímetros de mi cabeza, y por alguna razón, sentí paz. Segundos después, aquello que tenía alas me empujó por la espalda, rasguñando mi piel. Apenas pude moverme de mi lugar, sintiendo que las alas pasaban por delante de mí, como si me esperaran. Di un paso más. Otro lamento, pero esta vez sorbió por la nariz. Alguien lloraba.

–¿QUÉ QUIERES? –grité, llorando. No podía dejar de temblar al escuchar los lamentos que de pronto se sintieron tan cerca. Podía percibir un cuerpo y sus lamentos casi en mis oídos, provocando que me sintiera atrapada en una maldita película de terror. No podía sostenerme, las piernas me temblaban, obligándome a caer. El corazón me latía tan deprisa que no podía concentrarme.

Las alas se acercaron nuevamente, sintiendo sus patas tirando de mi cabello. Una repentina oleada de tranquilidad me ayudó a levantarme. Pasos ligeros y de nuevo otro lamento desgarrador que se perdió en la distancia. Las alas soplaron delante de mi cara, incitándome a avanzar. Levanté mis brazos queriendo alcanzarla, pero ellas continuaron avanzando. La histeria ya se había apoderado de mí. Tenía demasiado miedo. Busqué entre la oscuridad, moviendo las manos de forma violenta. De vez en cuando me jalaba el cabello, desesperada, sin dejar de llorar. Y sin darme cuenta, caminé por un largo rato, tropezándome en cada paso, presa del pánico y de aquella cosa asquerosa que continuamente se enredaba en mis pies.

A causa de mi bloqueo mental por el miedo, no me percaté que en realidad estaba amaneciendo. El cielo era menos negro, pero en la tierra la oscuridad no cesaba. Siluetas serpenteantes de árboles negros hicieron más escalofriante el lugar donde me encontraba. Pero, por lo pronto, sabía que estaba fuera «¿Un parque?» Me pregunté, concentrándome esta vez en sentir la temperatura cálida, suponiendo que lo que había estado pisando seguramente eran restos de hojas secas acumuladas. Me incliné hasta el suelo y toqué aquello que me picaba los pies, se sentía asqueroso. Lo sostuve entre mis manos con la esperanza de poder ver lo que era. No tuve suerte. Aquello era interminable. No eran hojas secas, no eran trozos de nada, simplemente era algo pesado y aguado que no tenía un inicio, ni un fin. Lo regresé de nuevo al suelo y continué caminando.

LUCIÉRNAGA ROJADonde viven las historias. Descúbrelo ahora