Lo primero que vi al despertar fue el cielo gris. Me dolía tanto el cuerpo que parecía que me había arroyado un camión. La piel me picaba, y al sentarme, me di cuenta de que había estado tirada en el pasto, sobre la cancha de fútbol americano. En Montecarlo. Sola.
Sintiéndome inmediatamente ansiosa, me puse de pie y caminé sin rumbo. Voces y gritos vinieron desde el interior de los vestidores de los hombres, haciéndose eco por la cancha, junto con papeles teñidos de azul que yacían húmedos en la hierba.
Pasando los vestidores, llegué hasta las canchas de basquetbol, buscando por alguna razón que me tuviera allí. El silencio me hizo compañía, y algunos pájaros que volaban por lo bajo, a veces se detenían a comer migajas sobre los basureros. Miré hacia mis manos. Mis uñas no estaban pintadas de rojo. Toqué mi cuerpo. Parecía que tenía catorce años, no llevaba el uniforme, pero sí la barriga que tenía entonces. Me quejé, sintiendo que me asfixiaba al verme atrapada allí de nuevo.
Caminé más aprisa, abrazándome con la chamarra y angustiada al entender qué día era aquel. Mantuve el paso apresurado hasta que un sonido tan familiar y siseante me estremeció. Estúpidamente, me detuve, con el pulso reventando por mis oídos. Revisé a mi alrededor sin encontrar señales de ella, y al dar otro paso, el frío rozó mi piel. «Está cerca». Pensé, girándome con pánico al saber que no había buscado en el lugar correcto. Levanté la mirada hacia la canastilla de baloncesto y entonces la vi: tan roja como la sangre y su cabeza abalanzándose sobre mí, rodeándome, apretándome, asfixiándome. Las lágrimas se me escurrían como cataratas. Nadé dentro de ella, sintiendo su cuerpo frío y su piel asquerosa, rozando la mía.
Al lograr liberarme de ella, me arrastré huyendo tan rápido como dieron mis piernas. Miré hacia atrás, sorprendiéndome de ver que la serpiente aún se retorcía, como si mi cuerpo continuara atrapado en ella. La serpiente reveló sus ojos y me miró. Su longitud aún apretaba con fuerza. Sacó la lengua y en ese instante un lamento vino, al mismo tiempo en que un brazo y piernas se asomaron entre su cuerpo, llevando la misma ropa que yo. Era mi cuerpo... Llorando... Muriendo.
(♪) Desperté sobresaltada, con Ivanna roncando encima de mí. Mi teléfono vibró debajo de la almohada. Desactive la alarma y esperé a que mi pulso se estabilizara. Empujé a Ivanna con cuidado y bajé de la casa del árbol, yendo directo al baño. Me cambié de ropa y me di el tiempo de dejar una nota de agradecimiento en el refrigerador. Pasé por un par de cafés en el camino y llegué demasiado temprano al trabajo, luciendo como un zombi.
Trabajaba en una galería de arte, misma que estaba situada en la base de un par de edificios de lujo que se encontraban en Zapopan, zona donde la arquitectura de los rascacielos brillaba con gran elegancia. La galería estaba rodeada de cristal esmerilado, con arquería desgastada intencionalmente, contrastada con muros perfectamente blancos y un montón de módulos luminosos y de aspecto futurista en el que se exponían esculturas y lienzos.
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LUCIÉRNAGA ROJA
Dragoste"𝐸𝑙 𝑝𝑜𝑑𝑒𝑟 𝑒𝑠𝑡𝑎́ 𝑒𝑛𝑡𝑟𝑒 𝑙𝑎𝑠 𝑠𝑜𝑚𝑏𝑟𝑎𝑠 𝑑𝑒 𝑡𝑢 𝑟𝑒𝑓𝑙𝑒𝑗𝑜". Inspirada en la mitología mesoamericana, la Serpiente Emplumada, después de haber estado rodeada de huesos antiguos como resultado de un genocidio oculto, como ca...