─ ─ ─ ─ ─ O ᴊ ᴏ s

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S O P H Í A________

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S O P H Í A
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( ♪ ) Una semana después, Ángela y Leila prácticamente hicieron colapsar mi teléfono con tantos mensajes, organizándose con todas las chicas para tener una fiesta de pijamas. Ángela estaba al tanto de todo, pero a Leila... No la había vuelto a ver desde la pelea en ANCORA. Así que, ni ella ni el resto estaban enteradas de la situación y me resigné a que gran parte de la noche estaría destinada a seguir dando explicaciones.

Llegando a la casa de Ángela, no pude creer el montón de autos que había estacionados, sintiéndome palidecer al descubrir ese Audi azul tan inconfundible. Bufé. Estaba tan fastidiada de la situación que, caminé en modo automático hasta la entrada de la casa. Toqué el timbre de mala gana y esperé. Cerca de un minuto después, Ángela abrió la puerta, haciendo su mayor esfuerzo de poner cara inocente. Por supuesto, no me creí su actuación, logrando que el mal humor se pusiera tan cómodo en mi sistema, tal y como llevaba haciéndolo desde días atrás.

–¿Solo chicas, huh?... –hablé, dejando caer mi peso en el marco de la puerta. Esperé a que dijera algo inteligente como para convencerme y quedarme. De lo contrario, estaba muy a tiempo de largarme.

–Lo siento muchísimo, de verdad. Tienen aquí desde en la mañana, diciendo que ya se van y simplemente no deciden sacar su trasero de aquí –explicó medio nerviosa, estudiando mis reacciones.

Me quedé en silencio, pues existía la posibilidad de que todo fuera planeado. Entré tan muda y sin saludar. Por alguna razón, me dediqué a recorrer con la mirada el resto de la casa, como si de pronto, en ningún lugar me sintiera a salvo; esperando encontrar la mentira en algún rincón.

–¿Puedes subir a mi habitación y esperar un poco? Veré si consigo hacer que se vayan –dijo, jugando demasiado con los dedos de sus manos, evitando mi mirada y haciendo mucho más evidente su nerviosismo. Algo no iba bien. Mi cerebro se quejó, pidiéndome un descanso, pero no sin antes advertirme de reojo de que cada una de las respuestas de Ángela podrían ser planeadas. Sin más quejas acepté su sugerencia, ignorando las advertencias de mi desplumado cerebro.

–Bien. Subiré la maleta, entonces –respondí, volviéndome hacia las escaleras. Ángela asintió y enseguida salió hacia el jardín.

Al llegar a su habitación, lancé la maleta sobre la cama y contemplé toda su rosada decoración, hasta que me detuve más allá del cristal, cayendo en aquellos ojos que me miraban desde el jardín ¡Maldita sea! Diego descubrió inmediatamente mi presencia. Me tragué el aire, quedándome sin nada más que hacer que razonar, pues de pronto comprendí que, por mucho que me resistiera, no había razón para seguir huyendo. Aquí estábamos, atascados con los mismos amigos, dando por hecho que no sería esa ni la primera ni la última vez que nos encontraríamos. Así que, más valía acostumbrarnos a tener que vernos la cara y ser maduros.

Sin quitarnos la mirada de encima, respiré tan profundo como daba mi paciencia, y tomé de mi bolso el porro que robé a Leo. Bajé hasta la terraza, donde ellos se encontraban sumergidos en el agua y bebiendo tan tranquilamente. Estos ni una mierda que se van a largar. Aseguré en mi cabeza, al verlos disfrutar tanto y el nulo empeño que estaba poniendo Ángela en hacer que se fueran. Es tu maldito problema si no te parece. La puerta está demasiado grande y a tu entera disposición para que te largues cuando quieras. Me dije, al comprender que estaba siendo egoísta y que no tenía derecho de forzar a Ángela para correr a sus invitados.

LUCIÉRNAGA ROJADonde viven las historias. Descúbrelo ahora