─ ─ ─ ●● Ó ᴘ ᴀ ʟ ᴏ

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El resto del fin de semana lo pasé pegado a la computadora

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El resto del fin de semana lo pasé pegado a la computadora. Había iniciado la búsqueda con el apellido Arango. No encontré nada, salvo asuntos históricos sobre el apellido que a nadie le importaban. Seguido a esto, investigué sobre el tequila que ahora reposaba con descaro en la encimera de mi cocina; búsqueda que arrojó un par de fotografías de campos agaveros, botellas, barricas y algunas fotos con personajes que no conocía, salvo uno en especial que intuí que se trataba del padre de Sophía, pues compartían tremendo parecido.

Finalmente, me decidí por probar el tequila. El rencor había resucitado en mi pecho. Tanto que, incluso me debatí en estrellar la botella en alguna de las paredes. No quería nada de esa mujer. Pero allí estaba, haciendo caso omiso a lo que me suplicaba el orgullo. Tomé la botella de mala gana, balanceándola, notando como el líquido se movía lento en su interior. La imagen de Sophía al caminar golpeó en mi mente. Abrí la botella con poco cuidado, imaginando que el crujido de la tapa sellada, era su cuello. Serví en un vaso, deleitándome con la espesura del líquido adueñándose del cristal.

Lo miré un par de segundos y lo olí antes de llevármelo a los labios. Un denso dulce escarlata llenó mi nariz y lengua, para, al final, quemar tan delicada y exquisitamente rojo borgoña bajando por mi garganta. Una sensación gustosa y caliente se adueñó dentro de mi pecho. Me terminé de a poco aquel trago y resoplé, sin querer admitir que el tequila era tan igual a ella: nada más y nada menos que su cuerpo y su vida destilados en cada gota.

Envalentonado, tomé de nueva cuenta la computadora portátil y escribí en mis redes sociales aquel nombre que estuve toda la vida evitando recordar. No había mucho que buscar, su apellido era bastante inusual. Seleccioné la única opción y dejé de respirar mientras navegaba por el poco contenido que me permitía su perfil; era privado y solamente había un par de fotografías visibles en las que ni siquiera se apreciaba su rostro. Fastidiado, volví al inicio. Y entonces, me di cuenta de que no fui por lo más obvio: la foto que protagonizaba el inicio de su perfil.

Pudriéndome de los nervios, seleccioné el recuadro que me advirtió que no estaba preparado para el golpe que me derribó una vez que ella apareció en la pantalla. Un violento nido de emociones se apretujó en mi pecho, sacándome el aire. El calor comenzó a escocerme la piel. No pude parpadear ni despegar los ojos de toda ella. Se presumía vestida de negro, con toda su maldita sensualidad y su frívola belleza que me hizo querer arrancarme la cabeza ¡Dios mío! Fue lo único que pude pronunciar. Estaba más que fascinado y me odié por eso. 

 

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LUCIÉRNAGA ROJADonde viven las historias. Descúbrelo ahora