─ ─ ─ ─ ─ ─ ● R ᴏ s ᴀ

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(♪) Llegando hasta la cabaña, me refugié temblando de frío

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(♪) Llegando hasta la cabaña, me refugié temblando de frío. Esperé por Sophía, pues andaba con mucha calma vagando entre la oscuridad. El agua ya se había amontonado por doquier, y al derramarse por todos lados, creó un sinfín de melodías que comenzaron a merodear alrededor de mis oídos. Materializándose en el eco de notas lentas, flotando dentro mi cerebro. Me le quedé mirando al percibir que las tenues luces que se escapaban de los interiores de la casa, resaltaban el metal de las gotas que se apretaban a su benévolo contorno; enviándome a un mundo paralelo, inspirador, inconsciente y fascinante.

Importándole una mierda la tormenta, Sophía se arrojó a la piscina. Resoplé, embriagándome de su natural y descarada manera de fundirse con nuevas atmósferas que nacían cada vez que ella respiraba. Y así, medio embrujado, me saqué los zapatos y la playera. Caminé sobre la madera húmeda, sintiendo las gotas congeladas picándome la piel desnuda. Me lancé también a la piscina, disfrutando de la calidez que me abrigó en la profundidad.

Al salir a respirar, Sophía me recibió con una mirada malvada desde la orilla, tan contenta de arrastrarme a hacer lo que ella siempre quería. Su polvillo rojo, contrastando con el azul de la piscina y el vapor que flotaba sobre el agua, me sedujeron, llevándome despacito hasta ella. Con una sonrisa, admití mentalmente lo bien que se sentía experimentar algo nuevo a su lado, sin importarme demasiado el que un rayo pudiera fulminarnos en cualquier momento. Su cuerpo dio un vuelco rojo sobre su interior, supliendo las escamas por aquel nido que se encendía y se atenuaba.

Deleitándome por su nido rojo, permanecimos en silencio un momento, llenándonos la piel del entorno: la lluvia, los sonidos, los aromas y la frescura nocturna ¿Por qué se sentía tan bien? Me pregunté, percibiendo esa extrañeza de pertenecer a algo que nunca había sentido, como si toda la vida hubiera estado adormecido y apenas comenzaba a despertar, o bien, como alguien que apenas comienza a leer y escribir; abriéndose el mundo ante los ojos.

–¿Está todo bien? –Le pregunté, notando como de a poco su nido de luz se desvanecía, asentándose en hojuelas rosadas. Ella comenzó a machacarse los labios y el agridulce atacó mi lengua al mirar de más su boca–. Te has perdido toda la tarde y... Estás... Muy rara –Titubeé, estudiando su recelo por de pronto querer entrometerme en su vida.

Sentí mis huesos temblar ante su eterno silencio e inmediatamente, me arrepentí de haberla cuestionado, pues parecía que había algo que ella no quería compartir y tal vez yo estaba insistiendo donde no debía.

–Mi padre siempre le ha sido infiel a mi madre –confesó, con un largo suspiro, cosa que desencadenó en su interior, un espectáculo boreal en tonalidades venenosas que oscilaban entre el amarillo y el verde.

–¿Del tipo que tiene otra familia? –Quise saber.

–No. Bueno... No lo sé. Supongo que a estas alturas podríamos esperar cualquier cosa de él.

Yo me quedé en silencio, esperando a que continuara, pues en realidad no había nada inteligente que pudiera decirle. Sentí la necesidad de tomarle la mano a modo de reconfortarla, aunque fuera con ese pequeño gesto, pero requerí de todo mi autocontrol para no hacerlo; sabía lo mucho que ella detestaba el contacto físico

LUCIÉRNAGA ROJADonde viven las historias. Descúbrelo ahora