─ ─ ─ ●●● V ᴇ ɴ ᴀ s

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Era lunes y había despertado cerca de las siete de la mañana, deseando poder quedarme todo el jodido día fundido en la cama

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Era lunes y había despertado cerca de las siete de la mañana, deseando poder quedarme todo el jodido día fundido en la cama. Pero, Franco nos tenía a todo el equipo consumiendo hasta la última gota de vida que nos quedaba. Estábamos a escasos tres días de que el ANCORA finalmente abriera sus puertas y, entre los detalles que parecían no terminar, junto con la obsesión de Franco por que resultara todo exactamente a como lo tenía en mente, nos estaba enloqueciendo. Además, todas las ideas de Sophía, nos había costado un infierno el poder el llevarlas a la realidad. Y eran esas mismas ideas, con las que ya tenía cerca de dos semanas soñando que todo el proyecto al final se arruinaba, haciéndome despertar en medio de la noche, nadando en sudor, para después volver a tener el mismo sueño una y otra vez.

Más tarde, cuando llegué al ANCORA, algo había explotado dentro y las reparaciones no estaban saliendo bien. Franco estaba al borde de la locura, gritando un sin fin de palabrotas, sin razón. Fanny, mi mejor amiga y colega, salió pitando del cuarto de sistemas, y, por la pinta que tenía, estaba a punto de asesinarlo.

–Voy a fumar. No tolero un segundo más a este pendejo –escupió Fanny, entre dientes, y golpeándome por el hombro al salir.

–¡Vaya! Qué bueno que llegas. Algo ha explotado. Espero puedas solucionar eso. Lo único que necesitamos es que este lugar se llene de luz para poder terminar. Solo eso pido. La diseñadora ha traído la obra esta mañana. En serio, no puedo esperar para verle el final a todo esto –soltó, histéricamente y casi sin respirar. Yo me limité a escucharlo vomitar su frustración.

–Tranquilo, hombre. De modo que estés pesimista, no vas a solucionar nada –Le tranquilicé, dándole un ligero golpe en la espalda. Franco me miró, no queriendo admitir que tenía razón, pero al final, nos dio un respiro a todos. Entré al cuarto de sistemas, y junto con los hombres de mi padre, pasamos un par de horas solucionando el problema, y antes de la hora de la comida, finalmente el recinto vibró, llenándose de luz. Franco gritó desde fuera al ver que el letrero de la entrada se encendía.

Fanny y yo nos quedamos en el vestíbulo, exhaustos. Teníamos la pupila fija en el muro donde se suponía que estaría la obra de Sophía. Franco corrió como un niño, perdiéndose detrás de la cortina de terciopelo negro. Nos quedamos todos en silencio, mirándonos y escuchándolo gritar de nuevo, en la profundidad del club. Regresó pegando de palabrotas y haciendo demasiado ruido con los pies al caminar, hasta que asomó su cabeza por la cortina.

–A que se van a cagar de ver esto –dijo, con la misma cara de poseído. Estaba eufórico. Fanny y yo nos miramos un par de segundos sin saber qué mierda estaba mal con él. Franco entró y salió otras cien veces, repitiendo que no podía creer como lucía todo, que la chica que había diseñado la iluminación era un genio, y de vez en cuando, y por mero compromiso, nos hacía cumplidos por nuestro trabajo. Fanny rabeó al escucharlo.

–En serio, ni siquiera conozco a esa mujer y ya la odio –confesó, cruzándose de brazos. Yo me limité el confesar lo que sabía, pues de alguna manera, se sentía que lo peor que yo pudiera hacer era rebelar la verdadera identidad de la culpable de nuestra reciente gastritis.

LUCIÉRNAGA ROJADonde viven las historias. Descúbrelo ahora