─ ─ ─ ─ ─ ─ ● ● ● D ᴇ s ᴘ ᴇ ʀ ᴛ ᴀ ʀ

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S O P H Í A________

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S O P H Í A
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Diego aparcó el auto fuera de una monumental, estilizada, minimalista y perfecta casa de madera tipo Woodframe. Su arquitectura me fue tan familiar que se me salió el corazón de inmediato. Puesto que, resultó ser un proyecto que había visto en internet. Aquella no era ni de cerca una cabaña. Era más bien la casa que albergaba la paz, con esa manera tan serena de levitar sobre la tierra; resguardada por los árboles que, sin poder evitarlo, te hacían sentir igual de cálida, libre y repleta de calma.

Corrí hacia ella con tanta emoción por tocarla e impregnarme del escandaloso aroma a madera que presentí que tenía. El sonido de mis pasos se decoró con el material, mientras caminaba por la terraza que rodeaba la casa, hasta encontrarme con una piscina que se perdía con el reflejo del paisaje y la manera tan celestial con la que el viento erizaba la superficie del agua, volviéndola de metal. Leila vino detrás y apenas se molestó en dejar su teléfono en un lugar seguro, antes de lanzarse al agua con toda la ropa puesta.

(♪) Los chicos se organizaron para cocinar un asado en la terraza. Entretanto, descubrí la manera tan discreta, igual a la de un roedor, con la que Diego se apañaba lo mejor de la comida para después compartirla conmigo; siempre pendiente de que mi vaso estuviera lleno y todo lo necesario para que estuviera cómoda. Mi cuerpo entero se sentía trastabillar bajo una sensación desconocida y todas las veces fingí con él de no notarlo. Pero, había algo allí que se sentía demasiado bien, como si a mi corazón le hubiesen crecido unas alas y ahora estaba dándose de topes o volteretas por todos las paredes de mis órganos. También fui consciente de la necesidad por atesorar todo ello, y sin entender por qué, mi cuerpo comenzó a acercarse más a él, siempre con cuidado y siempre fantaseando con poder, aunque sea, el recargar mi cabeza en su hombro, en su pecho, en su frente y tal vez allí dejar un beso.

Prácticamente, estaba revolcándome en el mejor fin de semana que alguien pudiera tener, justo cuando la llamada de mi madre acribilló por completo la nube en la que había estado flotando. Me oculté para tomar la llamada, escuchando de inmediato a mi madre llorar y moquear, narrando a detalle la pelea con mi padre. Pero, la cosa es que no estaba yo teniendo un flashback. Todo me lo sabía tan bien como un guion y ya comenzaba a hartarme el tener que escucharla. Lo que más me molestaba, era que llamara para arruinarme el día, sabiendo bien que, solo por unos minutos, me ilusionaría con la idea de que esta vez sería diferente o quizá la definitiva, y pasados unos días, ella simplemente agregaría una raya más a su muro interminable de "infidelidades". 

Cuando yo tenía escasos diez años, descubrí a mi padre teniendo una llamada telefónica con una mujer a la que le había dicho cosas que, no tenían por qué ser dichas a alguien más que no fuera mi madre. Era una niña y no tenía plena conciencia de qué era una infidelidad, pero desde entonces, supe que algo estaba mal y que olía a traición. No recordaba con exactitud las palabras, simplemente tenía como referencia aquello, solo porque al día siguiente; un 14 de febrero, para ser exacta, a mí también me rompieron el corazón. Y una vez que le confesé a mi madre lo que había escuchado, a ella no pareció sorprenderle, revelando que no era aquella la primera vez.

LUCIÉRNAGA ROJADonde viven las historias. Descúbrelo ahora