─ ─ ─ ─ ─ ─ ─ ─ N ᴇ ʙ ᴜ ʟ ᴏ s ᴀ

52 26 15
                                    

S O P H Í A________

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

S O P H Í A
________

( ♪ ) El jardín se había vuelto el paraíso de un millón de estrellas, con todas las luciérnagas volando por todos lados. En especial, alrededor de él. Diego se había rendido ante ellas y ahora parecía que lo llenaban de besos y se regodeaban en su aroma varonil y escandalosamente fresco. El candelabro que había fuera de mi balcón, hizo también su magia: delineando su figura de color dorado y permitiéndome ver sus ojos y todas las luciérnagas reflejadas en ellos. Las estrellas se han mudado aquí. Pensé, antes de sentir sus dedos, acariciando mis párpados para que los cerrara.

Mi corazón iba a estallar, la cabeza me daba vueltas y el silencio que había entre nosotros era imposiblemente incómodo. Diego iba a besarme y yo estaba entrando en pánico. A tal grado que, no me quedó más remedio que soltarme a reír. Necesitaba filtrar los nervios por la felicidad de que fuera él, y que eso, por lo que tanto había esperado, por fin, iba a suceder. «Escucha y siente». Me dijo, pero yo creí que me iba a morir por sentir demasiado. Podía sentir como se acercaba, su perfume, su calor haciéndome revivir y su respiración haciéndome morir de nuevo. Frío... Calor...

Quise llorar en el segundo que sentí la primera caricia de sus besos. Pero, la evidente carne que los componía, me hizo reventar de calor y que fuera consciente de cada parte de él. Estaba tibio, suave y la humedad hizo que se desplazara entre mis labios, con un tremendo descaro que hizo que mi propia piel se desvaneciera como arena y se adhiriera a su alma... O lo que sea que fuera él, pues de pronto, ya no pensé que fuera real. Él estaba hecho de magia, de estrellas, de luz, de calor; igual a una nebulosa.

–Otra vez –Le dije, completamente aturdida. En ese momento, no me importó que fuera atrevida o que con eso era suficiente. Para mí no lo era. Yo quería más. Yo quería sentirlo y escucharlo respirar. La adicción fue inmediata, luego de que escuchara la humedad de los besos resonando en mis oídos; no sabía que los besos sonarán tan excitantes ni que te hicieran eco en la piel como ondas de agua.

La explosión vino luego de que me atacara ese sabor dulce y salado a la vez. Me había rozado con su lengua, ocasionando que quisiera ronronear como un felino, pero tuve que aguantarme, pues sería lo más ridículo del mundo. Sin embargo, él ya había conseguido que mi cuerpo quedara suspendido en el infinito y que no sintiera ganas de volver a tocar la tierra. Solamente, quería quedarme allí, suspendida con él; envuelta en su nebulosa de colores y millones de estrellas.

Luego de que lo vi alejarse, cerré la puerta de casa y me fui levitando hasta mi habitación. Tomé la manta que me había obsequiado Ikal, el flautín y salí al balcón. Las luciérnagas desaparecieron con Diego, pero el halcón, sabía que estaba entre las ramas de la Ceiba. Se había enterado de todo y no había más que contarle. Podía sentirlo viéndome sonreír, pues batía las pesadas alas como si me aplaudiera por ello, y casi de inmediato, las lágrimas se me escurrieron por las mejillas, entrándome el sabor salado entre los labios por no dejar de reír. Me sentía demasiado plena, demasiado feliz y aquello había sido lo más bello que me había ocurrido nunca.

LUCIÉRNAGA ROJADonde viven las historias. Descúbrelo ahora