20| Amanecer.

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Por el bien de todos. - G. Grindelwald. 

Las llaves ocasionaron un sonido inquietamente potente al colisionar contra el pequeño mueble de la entrada. La casa se encontraba sumida en un silencio sepulcral que logró erizarme el vello.

Con lentitud avancé por el pasillo desierto, acompañada por el crujir de mis propios pasos hasta asomarme a la oficina de mi padre donde mi progenitor se encontraba abstraído en un par de informes.

Aún llevaba su uniforme y tan siquiera se había deshecho del abrigo aún húmedo por la lluvia que corría por las calles de la ciudad. Me quedé inmóvil en el umbral hasta que su cabeza abandonó el papel para orientarse hacia mí.

—Emma... —mi nombre abandonó sus labios como un suspiro de alivio.

—Lo siento —fue lo primero que salió de mí, a trompicones— sé que te habrán llamado, que nunca debería haber ido sola pero... lo necesitaba. Este asunto ya nos ha afectado demasiado en el pasado y detesto que siga teniendo semejante poder sobre nosotros y yo... yo...

Callé cuando el hombre se puso en pie y avanzó hacia mi dirección. No hizo falta ningún gesto para sembrar el conocimiento entre ambos ya que apenas lo tuve al alcance salté entre sus brazos. Sus manos temblaban y podía percibir el nerviosismo que corrompía su temple.

—No te disculpes, has sido muy valiente. Como siempre. Además, tienes razón, ambos seguimos cargando con la culpa de lo que ocurrió aquel día y la única responsabilidad reside en tu madre. En su enfermedad. No podíamos saberlo y mucho menos tú, siendo una niña —me limpió un par de lágrimas solitarias de las mejillas y sus labios se alzaron en una mueca triste— ¿Qué te parece si esta noche salimos tú y yo como en los viejos tiempos? Vamos al cine o encargamos comida y vemos alguna de las series antiguas que tanto te gustan.

Atiné a asentir con un gesto torpe de cabeza antes de limpiar los últimos resquicios de lágrimas con la manga de mi jersey.

—¿No trabajas esta noche?

Mi padre sacudió la cabeza como si aquel asunto careciese de importancia.

—No, me pediré la noche libre. Hoy mi hija me necesita más que la ciudad —pronunció antes de darme una pequeña palmada en los hombros que me arrancó una sonrisa.

Por primera vez en mucho tiempo me sentí verdaderamente bien, en un instante de felicidad absoluta y cristalina, alejada de la oscuridad que me perseguía incansablemente. Durante un lapso de tiempo dejé de ser la Emma que tenía una asesina como madre, abandoné a la chica que contempló un crimen y sobre cuya consciencia cargaba la vida de un niño. El peso se aligeró y sólo pude sonreír hasta que me dolieron las mejillas.

Echaba de menos a mi padre y no lo supe hasta el momento que volví a disfrutar de su compañía, de sus comentarios ingeniosos y todo lo que significaba. Volvió a ser el John Green que recordaba de mis noches de niñez al menos durante unas horas.

Puedo asegurar que esa noche en concreto no dormí todo lo necesario, pero que lo hice sin el menor asomo de pesadillas.

Aunque lo bueno no dura eternamente.

—No... —modulé con voz pastosa presionando la almohada contra mi cabeza con la intención de ahogar el agónico sonido de mi alarma.

Di una vuelta en la cama, enredándome en las sábanas hasta quedar enfrentada a la pared con mis ojos acostumbrándose con lentitud a la luminosidad. Era un día gris y lluvioso en Seattle y el ruido de las gotas de agua impactando contra el cristal se escuchaba con enorme nitidez en la quietud de mi cuarto.

Dark Clak [✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora