024|Caída libre.

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La voz de la sangre se puede oír en el silencio —Stephen King.

El tiempo pareció detenerse mientras ensanchaba la sonrisa burlona que decoraba habitualmente sus facciones y sus excepcionales ojos se clavaban en mí. Yo seguía con el brazo extendido contra su pecho y las yemas de mis dedos tanteaban peligrosamente su piel caliente y al descubierto.

Mantuvimos un curioso duelo de miradas que consiguió normalizar mi disparado pulso. Fue como quedar engullida en un océano insondable. Por alguna extraña razón toda la rabia y vergüenza que sentía hace apenas unos minutos se fue haciendo pequeña en mis venas hasta diluirse.

—¿Esa es tu respuesta? —mastiqué las sílabas rompiendo el espeso silencio.

—Dime que quieres escuchar, reina y te lo diré —pronunció con cierta burla— pero eso no cambiará la realidad. Y mucho menos mi naturaleza.

Conseguí apartarme, sacudiendo la cabeza.

—¿Tu naturaleza? —repetí con un deje de histeria— ¿Tu naturaleza es ir asesinando personas indiscriminadamente por Seattle?

Brett inclinó la cabeza de nuevo hacia un lado. Era un gesto curioso y le hacía asemejarse a un enorme felino estudiando la situación. Traté de obviar su imponente aspecto. Tenía la piel pálida y sedosa que se ajustaba a unos músculos fuertes y fibrosos. Algunos tatuajes destacaban en el perfecto lienzo de su tez.

Resoplé molesta ante semejante derroche de masculinidad y atractivo, enfadada con mis propios pensamiento. ¿Qué demonios estaba haciendo admirando su estúpida belleza física si estaba podrido por dentro?

—No asesino indiscriminadamente. Debo atender mis necesidades de sangre para evitar justo eso. El homicidio aleatorio. Todos estos —recogió las fotos que ahora se encontraban dispersas por el suelo— Eran los peores criminales de la ciudad. Ninguno de los hombres de tu padre había sido capaz de darles caza. Y podían seguir cometiendo, libres, sus atrocidades. Tan solo he limpiado la ciudad...

Lo miré, incrédula.

—¿Matando a personas? —me llevé las manos al rostro— ¡No puedes matar a gente aunque sean criminales! ¡Para eso esta la justicia! ¡Arrebatar vidas no te hace mejor que ellos!

En un parpadeo volvió a romper la distancia que había interpuesto entre ambos. Esta vez no me dejó escapatoria posible, arrinconándome contra la encimera de mármol oscuro. Tragué saliva y elevé la cabeza, mostrandome todo lo segura que mis dedos temblorosos me permitían.

—La justicia —degustó con ironía la palabra— una justicia humana que no tiene problemas en condenar a inocentes y en liberar a asesinos... Un método que han creado los hombres para justificar a quien sí y quien no. Yo sigo mi propia justicia, Emma.

¿Qué clase de versión retorcida del Arrow de la primera temporada era esta?

Mi voz tembló cuando volví a hablar.

—¿Por eso me estás ayudando? —inquirí frunciendo las cejas— ¿para matar al asesino de Louisa?

La mirada felina del híbrido se intensificó hasta un matiz desconocido. Esperaba una respuesta rápida, resuelta, como las que estaba acostumbrada a oír pero no emitió sonido alguno. Permaneció en la misma posición, tan cerca que su aliento cálido rompía contra mis labios entreabiertos.

—Emma...

Mi nombre abandonó sus cuerdas vocales como un susurro arrastrado que me erizó el vello del cuerpo. Un estremecimiento se apoderó de mi médula dorsal dispersándose hasta la última terminación nerviosa. Era una sensación nueva, extraña.

Dark Clak [✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora