002| Mirada.

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  Eres un dios entre los insectos... nunca dejes que nadie te diga lo contrario'—Magneto.  

Nunca planeé enrollarme con mi profesor de historia del arte. Incluso cuando desde el primer momento en el que entré en su clase inicié un sentimiento tan platónico como abocado al fracaso.

Pero la vida es retorcida en ocasiones.

Y, en uno de los peores días de la misma, después de que ella volviese a inmiscuirse, no encontré fuerzas ni para volver caminando a casa.

Era una tarde lluviosa y horrible, donde la ciudadanía parecía haber perdido parte de su humanidad y corría de un lado a otro, amenazando con sacarte el ojo con un afilado paraguas. El panorama perfecto para sumirse en la autocompasión.

No obstante y mientras me calaba hasta los huesos en la parada de un bus, el vehículo de Alexander Geller frenó frente a mí. Aún recuerdo el desconcierto que me embargó ante su acción. Fue amable cuando nadie lo había sido. Tan siquiera compuso una mueca cuando mi ropa empapada entró en contacto con la tapicería de sus asientos.

Recuerdo vagamente nuestra charla intrascendente y como la vergüenza me carcomía por dentro. Estuvimos hablando todo el trayecto hasta que finalmente me percaté de que habíamos llegado a su apartamento.

No sabría decir el motivo por el cual acepté entrar. Quizás me faltaban agallas para enfrentar a mi padre, ver su cara de dolor ante la situación.

Resultaba que al profesor Geller acababan de romperle el corazón. Su prometida lo había estado engañando durante más de un año con uno de sus colegas de la universidad.

Podría decirse que ninguno de los dos estaba de unos ánimos especialmente agradables.

A veces, las cosas simplemente pasan. Las circunstancias se dan y los acontecimientos se desencadenan. Ninguno de los dos planeó lo que pasaría esa noche. No podríamos haberlo imaginado. Pero sucedió y de eso no había ningún tipo de vuelta atrás.

No sería justo hablar del destino, sino de una coincidencia que nos juntó en momentos de bajeza.

Y quizás no fuera tan terrible acostarse con uno de tus profesores. Lo realmente peliagudo era tener la certeza que a cada segundo que pasaba estaba más enamorada de él.

—Planeta Tierra solicitando permiso para entablar comunicación con Emma —la voz de Henry logró sacarme de mi ensimismamiento.

Pestañeé, algo aturdida, dejando que la realidad volviese a filtrarse en mi mente, siendo consciente del lugar donde me encontraba.

Sonreí con debilidad.

—Perdona, estaba dándole vueltas a una cosa —arrugué la nariz, culpable.

—Podemos hacernos una idea... —murmuró Candace poniendo los ojos en blanco— Realmente aún no puedo creerme que te estés foll...

Presioné los labios, disgustada y me apresuré a detener las rápidas palabras de mi amiga.

—No es tan grave —rebatí suspirando— además, no es ilegal. Tengo dieciocho años, lo que haga con mi vida es única decisión mía.

La chica ladeó la cabeza, enredando un mechón de su colorido cabello entorno a su dedo.

—En eso no te puedo quitar nada de razón. Pero imagínate en la cantidad de problemas que podéis meteros si os descubren en plena faena en la clase —pronunció con severidad— él podría perder su trabajo, prestigio y todo lo demás, ¡y tú la beca! Además... me imagino la reacción del comisario, seguro que no encontraría problema en volarle las pelotas con su pistola y después mandarle a la cárcel durante una buena temporada.

Dark Clak [✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora