Capítulo 7

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Que la voz le saliese en tono de pregunta era una simple ironía del destino, porque no se atrevía a hacer una afirmación, a pesar de que estaba completamente segura de a quién tenía en frente. Había reconocido su espalda apenas le vio dejar el salón, pero si quedaba aún alguna duda en su mente, teniéndole a pocos metros de distancia se le habían ido a la mierda con una velocidad impresionante.

Le vio guardar el móvil en el bolsillo del pantalón, y girarse con lo que pareció planeada lentitud, hasta estar cara a cara con ella por primera vez en cinco años.

Aitana quería gritar que no era justo porque, joder, no lo era. No era justo verle después de tantos años usando un puto traje, y encima negro. Es que quería que la tragase la tierra. No merecía tener que reemplazar esa imagen donde estaba guapísimo con la última que tenía su cerebro, de él dándole la espalda en plena tormenta, vestido con un pantalón de chándal y una camiseta azul empapada en lluvia.

Era muchísimo más fácil olvidar por qué se había fijado en él en primer lugar cuando recordaba sus ojos decepcionados, y su mandíbula apretada después de gritarle cosas que en su vida pensó que iba a llegar a decirle él, justamente él.

Era muchísimo más fácil odiarle, odiar la memoria, que en ese preciso instante.

Él también estaba tratando de asimilar la última vez que le había tenido tan cerca, con planeados metros entre sus cuerpos. Ella tenía puestos unos pantalones cortos de pijama, el cabello mojado pegado a la cara y una camiseta de él morada. Tenía los ojos inyectados de sangre, y la boca entreabierta después de haberle chillado palabras impronunciables a los cuatro vientos.

Contrastaba demasiado con la delicadeza que portaba ahora, de tacones y vestido, manejando aparentemente bien el usarlos, a pesar de que los odiaba porque solía tener los pies maltrechos de ensayar. Tanto le costaba entenderlo que no pudo evitar fijarse en que esos tacones eran cerrados, probablemente apropósito, y no se veían las marcas de colores que solían adornar sus dedos.

—Aitana. —Solo dijo, con voz ronca, su primera palabra a ella en cinco años.

Cinco años, joder.

Instintivamente se llevó el cigarrillo a la boca, para darle una calada.

Y allí es cuando ella pareció reaccionar del todo.

—¿Qué haces tú aquí? —preguntó, enderezando la postura, y cruzándose de brazos por debajo del pecho.

—Ya me iba.

—No es eso lo que pregunté —refutó, ceñuda.

—Pero es lo que contesté —dijo él, encogiéndose de hombros.

—No me haces gracia, Luis —refunfuñó, irritada.

—Qué bien, porque no soy un payaso —dijo, poniendo los ojos en blanco—. Si me disculpas...

Antes de que él tuviese la oportunidad de rodearla y huir de ese enfrentamiento inminente, ella le cogió del antebrazo, reteniéndolo en el lugar.

—¿Por qué diablos has venido a mí gala, Luis? —preguntó, con voz firme, que pocas veces le había oído usar en la vida.

Él frunció el ceño y se removió, haciendo que lo soltase.

—¿No era la gala de los refugiados, acaso? —preguntó, con sorna.

Le vio apretar los dientes, no le sorprendería si le caía un golpe en breves.

—Mira que eres imbécil...

El cerebro de la mariposaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora