Epílogo

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Empezó como algo pequeño, humilde, casero.

Empezó como todo empieza, de cero.

Empezó como sin querer, observando en detalle algo que siempre creyó general, y preguntándose el por qué.

Todo el mundo sabía que Aitana Ocaña estaba obsesionada con el tiempo y con la mejor manera de administrarlo para que las veinticuatro horas del día le rindiesen lo más posible, exprimiendo así cada hora, cada minuto, cada segundo disponible. Todo el mundo lo sabía, era casi imposible no saberlo, si la adolescente se hacía listas interminables antes de actuar para tener todo meticulosamente preparado y que nada se escapase de su control.

Pero ella no lo sabía.

Lo descubrió caminando por el Parque del Retiro, perdiéndose entre sus senderos, esquivando deliberadamente los puntos más turísticos como el Palacio de Cristal para así hacer todo el uso de su tiempo en pensar, sin distracciones ajenas de lo que se pudiese topar. Su idea era buscar su lugar, aquel con la perfecta cantidad de sombra y sol, y tumbarse en el césped, con los ojos cerrados, y rezarle a todos los Santos en los que no creía que le cayese alguna idea para el trabajo que tenía que presentar en su academia de ballet, y que fuese en los diez minutos que había dejado libres estrictamente para eso. No había margen de error.

No esperaba encontrarse con decenas de mariposas su lugar habitual, por más que fuera primavera y no debiera sorprenderse tanto de verlas. Su primer instinto fue bufar de frustración e irse a otra parte, ya que de por sí no era mi proinsectos tan grandes, y de tantos colores, porque sabía que eran una posible distracción que ella no estaba contando en su mente a esa hora; tenía muy poco tiempo disponible entre clase y clase y no podía desperdiciarlo de una forma tan... tonta.

El recordatorio de estar yendo contrarreloj la impulsó a quedarse donde estaba y fingir que simplemente no existían. No debía ser tan difícil, después de todo, tenía práctica para eso; fingía todos los días que sus padres no se odiaban, que no la usaban como una pieza más de sus juegos para hacerse daño mutuamente; fingía que no tenía ninguna duda de que su futuro en el ballet era prometedor y algo escrito en piedra; fingía que la diferencia de edades entre ella y su novio no le daba miedo para un mañana constante juntos con la seriedad que él ameritaba. Fingía a diario, ¿qué cambiaba ahora?

Cerró los ojos ya tumbada y por unos minutos se olvidó de ellas, de verdad, no pensó en las tonalidades de bichitos que le revoloteaban alrededor, ni siquiera recordó sus colores ni les dedicó más de dos segundos de razonamiento. Hasta que sintió como algo se detenía en su rodilla desuda, y no pudo evitar abrir los ojos y verla allí, a una mariposa negra y anaranjada, posada sobre su hueso, con las alas maravillosamente extendidas, como si pudiese echar a volar en cualquier instante.

Se incorporó lentamente para mirarla con más atención, y notó todos los detalles de sus colores, tanto como las antenas que le salían de la cabeza y lo finas que eran sus patas. Lo vulnerable que le parecía, lo fácil que sería aplastarla si acaso ella no era lo suficientemente rápida como para emprender vuelo ante una clara señal de amenaza. La observó con una curiosidad casi infantil, como si nunca hubiera tenido una tan cerca, y se preguntó si acaso no sentía miedo de ella como las demás que se mantenían a un rango de distancia prudente, se preguntó qué la hacía diferente.

Pronto supo qué era lo que pasaba, cuando al mover la pierna la mariposa se movió también, dando un pequeño salto, como si no diese para más, y le enseñase su otro perfil: el final de su ala izquierda estaba negro, del todo, y con un pequeño agujero donde debería ser anaranjado, por eso se movía tan lento.

Estaba muriendo.

Aitana no tenía ni la más pálida idea de qué hacer en una situación así, ni mucho menos por qué sentía la extraña necesidad de salvar a ese bichito, pero le ofreció su mano si acaso buscaba otro cobijo; la mariposa voló hacia ella casi al instante, como si hubiese esperado ese momento toda su vida.

El cerebro de la mariposaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora