Capítulo 12

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El instante en el que volvieron a cruzar la puerta del departamento del gallego menor el panorama que les recibió era digno de sacarle fotografía y enmarcar en una pared tamaño poster: la joven pareja estaba enfrascada en una acalorada discusión en medio de trozos de pizza, donde los nombres de los atrapados en el ascensor resonó incluso del otro lado de las paredes, mientras la hija de ambos le daba leves tirones en el cabello a su madre y golpeaba a su padre con un peluche en forma de dinosaurio que ya mostraba ligeras manchas de salsa.

Debajo del cuadro debería leerse: «cómo lucir la paternidad con clase».

El estruendo de los cuatro recién llegados fue suficiente como para que la bebé se detuviese en seco y volviese a verles, con los ojos muy abiertos, denotando que la siesta solo le había servido para estar todavía eufórica que antes.

Olivia soltó todo de sus pequeñas manos y se incorporó, con ayuda de Amaia que entendía sus intenciones y rápidamente se colocó a un lado, caminándole de rodillas a la par cogiéndole la mano, pero yendo hacia la dirección que ella pretendía ir si sus piernas no fuesen tan regordetas y tuviese la práctica y edad como para hacerlo sin ayuda.

Y la bebé fue directamente hacia Luis.

Aitana apretó los labios y se obligó a sí misma a no mirar cuando él se agachó hasta su altura y la cogió en brazos, porque ya tenía suficiente con oírle la risa alegre que soltó al hacerlo. Era evidente que Oli tenía adoración por él, y que ella poco tenía que ver en su vida, después de todo.

No debería sorprenderse, si ni siquiera había considerado la posibilidad de volver a España, ni de visita, cuando su antigua mejor amiga le contó que estaba embarazada y que iba a tenerlo. Realmente ni se le pasó por la cabeza. Ella estaba enfrascada en los solos que debía perfeccionar para las funciones con la compañía holandesa, y poco tiempo tenía para cualquier cosa que no fuese eso.

El primer año era siempre el más difícil, le habían dicho. Ella prefirió convencerse de que había entendido mal el idioma, ya que apenas y lo manejaba, antes de creerse que podía haber algo más complicado de lo que ya había vivido antes.

Pero claramente se equivocaba. Ese año era decisivo para su permanencia en la compañía como bailarina titular, porque debía estar probándose a sí misma y a los otros que esa española de veintitrés años era capaz de afrontar la presión y la entrega que le exigía la segunda mejor compañía de ballet del mundo. Era vital para ella demostrar que se merecía la confianza que la directora había puesto en ella, y que ni su edad ni escasos años bailando profesionalmente le pusiesen en dudas.

Eso también le forzó, en cierta manera, a cortar comunicación con mucha gente. Y Amaia cayó en esa bolsa.

Aitana siempre le prometió que algún día conocería a Olivia y le daría un fuerte abrazo a los felices nuevos padres, pero nunca jamás había especificado dónde ni cuándo la conocería. Ella ya se había hecho la película en su cabeza de que no le vería en persona hasta que tuviese por lo menos diez años y los García-Romero fuesen a visitarle a donde ella estuviese, como vacación familiar que ella misma se encargaría de costear. Sería más fácil compensar esos años de ser una tía ausente a ahora tener que tratar de nivelar el listón cuando de primera mano ya no le despertaba el mismo interés sincero que Luis.

Se sentía la persona más tonta del mundo al estar comparando el amor de una bebé de un año justamente con su expareja. Pero ya estaba acostumbrándose a estar en España y sentirse tonta, así que tanto no le extrañaba.

—Veo que nuestra posible muerte no os quitó el apetito —bromeó Aitana, notando las manos del catalán brillantes por la grasa de la comida.

—¡Estáis vivos! —chilló Amaia, riéndose—. Olivia lo agradece, ¿verdad, mi amor? —dijo, dirigiéndose a su hija, quien sonreía ampliamente en brazos del gallego—. Está súper mimosa. No sé qué le pasa contigo, Cepeda.

El cerebro de la mariposaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora