Capítulo 5

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Ella odiaba los momentos previos a la mayoría de las cosas.

Odiaba los supuestos tambores que se sentían internamente antes de los primeros besos, odiaba los ensayos minutos antes de entrar en escena, odiaba el tiempo perdido en transporte antes de ir a una cita importante. Odiaba todo lo que viniera antes de un momento que esperaba con ansias.

Principalmente porque dudaba de todo, y ya no le cabían libretas con pros y contras en sus bolsos para llevar la cuenta. Dudaba de no estropear el momento del beso, dudaba lesionarse en el último instante antes de pisar el escenario, dudaba el tiempo perdido entre punto y punto porque su subconsciente se complotaba consigo misma para hacerle ver todos los pequeños detalles que podrían salir mal.

Era la necesidad de asegurarse de que todo saliera perfecto, pero que saliera de una vez. Ni siquiera era por tener el control de todo, porque sabía que por más que lo intentase hasta el cansancio nunca podría hacerlo, y solo terminaría agotándose para nada, y ella nunca hacía nada en vano.

Todo lo que conllevaba esperar la ponía de nervios, obligándola a tratar de maximizar el tiempo en su cabeza para que no lo sintiese tan desperdiciado, pero normalmente terminaba fallando muy fácil en esa tarea. Su mente no paraba quieta un segundo, a menos que estuviera entretenida con algo. Cualquier cosa.

En ese momento no podía parar de pasarse la uña del pulgar en la yema del índice, como tantas otras veces, creando un surco enrojecido por su efusividad. Al menos así tenía para pensar en ese dolor inmediato, y no en cómo sería volver a estar definitivamente en el ojo público de la prensa española. Los flashes no la cegaban hacía tiempo, a menos que fuera esporádicamente al terminar una actuación, pero lo cierto era que no solía atender a eventos que conllevasen tanta publicidad.

Y estaba matándola por dentro.

Por fuera parecía la misma persona de siempre, rígida, contenida. Sabía que no podía hacer movimientos bruscos para no arruinar la coleta que con tanto esmero le había hecho la persona a cargo de su cabello. No estaba justa, pero lo menos que quería hacer en ese momento era desacomodar los bucles que le habían hecho en las puntas, o los mechones que le dejaron para enmarcar su cara.

Podía moverse con cierta libertad con el vestido, ya que tenía un tajo en la mitad por encima de las rodillas, pero aun así le habían recomendado que no lo hiciera, ya que era de un blanco oscurecido con partes transparentes con el encaje a la altura del escote, y lo menos que necesitaba era sufrir un problema técnico antes de su gran vuelta al teatro. Como no podía ser de otra manera, pequeñas mariposas completaban esa parte del diseño, como si alguien pudiera prestarles atención a ella y no a su cuerpo tan al descubierto.

Pero, joder, que en Madrid hacía un calor que flipabas y ella tenía veinticuatro años, no había ninguna razón para vestirle recatada. Iba a ser la estrella de la noche de una forma u otra, pero al menos de esa se aseguraba de serlo a lo grande.

El collar con una perla completaba la parte del pecho al descubierto a la perfección, como un guiño más del esmero que le había puesto la estilista en que España no se olvidase nunca jamás de la vuelta de Aitana Ocaña.

—Te vas a lastimar —dijo Nico, parándole la mano en seco, separándoselas entre sí.

Aitana le miró como para matarlo, pero se contuvo. Él tenía razón, se estaba dejando llevar.

—¿Cuánto falta? —preguntó, haciendo un mohín con la boca.

Nico sonrió, para tranquilizarla, y le acarició la mejilla derecha con su mano, con suavidad.

—Ya hace varios minutos que Magnolia se ha ido, falto yo y ya está —le dijo, aunque sabía que ella ya estaba enterada, pero parecía necesitar que se lo recordasen—. Después tú. Todo el resto de invitados ya han pasado por la alfombra anaranjada.

El cerebro de la mariposaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora