Capítulo 8

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La gala transcurrió sin más contratiempos, afortunadamente.

Aitana estaba cabreada, y la sangre le corría furiosa por las venas, pero tenía práctica en fingir una buena cara, y decirle a la gente lo que quería oír. Esquivó las preguntas que se metían más y más en la obra, insistiendo en que la historia no volvería a tener su magia original hasta que la reestrenaran al final del verano, y así pudo aprovechar para simplemente llenarse la boca del discurso del baile en general, sin entrar en detalles.

Le encantaba hablar del baile, así que se le hacía fácil meterlo cada dos frases. Era una parte fundamental de su vida desde que tenía uso de razón, y más desde que su familia decidió apostarlo todo por eso, incluyendo su vivienda, y los estudios de ella a futuro. Mudarse de su pueblito de Sant Climent, Barcelona, a Madrid fue pura y exclusivamente para eso, después de todo, para que ella pudiese ir a la mejor academia de ballet del país.

Cuando Aitana tenía cuatro años su madre la anotó a clases de ballet, por mero estereotipo de que la niña hiciese algo tan asumido como femenino. Nunca pensó que se convertiría en toda su vida. Pero más rápido que lento, la pequeña escalaba niveles en sus clases sin pensarlo, sin proponérselo, siendo la primera de todas sus compañeras en tener un solo y participar en competencias a nivel nacional. Ahí fue cuando Belén comenzó a tomárselo en serio, y de pronto la danza se volvió más importante que todo lo demás.

Incluso más importante que su matrimonio.

La familia Ocaña se mudó a la capital de España en el verano en el que Aitana cumplió doce años, para que iniciase la ESO allí, borrando definitivamente cualquier conexión que pudiesen tener con Cataluña a nivel escolar. A ella no le importó mucho, siempre había pasado una cantidad preocupante de tiempo sola entrenando, así que el moverse de comunidad autónoma no le alteró para nada el círculo social, porque era inexistente.

No es como si le hubiesen preguntado que quería hacer, tampoco.

Allí conoció a Amaia Romero, una pamplonesa que se había mudado ese mismo año por el trabajo de sus padres. Fue inevitable la conexión instantánea, más allá de por ser las dos nuevas y sentirse perdidas entre la gente y el acento, sino por las personalidades de ambas que salían a relucir solo al entrar en confianza. Además, a Amaia no le importaba que Aitana no pudiese pasar mucho tiempo con ella por las tardes debido a los ensayos, porque ella también pasaba muchísimas horas tocando el piano. Era simplemente ideal.

No fue hasta que la pequeña catalana no fue tan pequeña que todo comenzó a tambalearse.

Algo cambió en la dinámica familiar cuando Aitana debía empezar el bachillerato. Las peleas en casa comenzaron, los gritos a medianoche cuando ella debía estar durmiendo, los llantos a media mañana cuando ella debía estar entrenando. La imposibilidad de ponerse de acuerdo en algo, y la sorpresa de finalmente sí hacerlo, cuando los papeles de divorcio fueron lanzados con violencia contra la mesa del comedor.

Cosme Ocaña se fue de la casa ese mismo año, haciéndose presente a través de visitas de fin de semana dictadas por el juez hasta su mayoría de edad, y llamadas por teléfono en adelante.

Y Belén Morales nunca más habló una sola palabra al respecto.

Aitana, por otro lado, se apoyó en el ballet definitivamente como único pilar en su vida, única ruta de escape cuando todo a su alrededor se desmoronase, único sitio donde podía ser libre y no pensar en la mierda de ambiente que se vivía en su casa, siendo un peón entre lucha de rey y reina que no dejaba vencedor.

No hizo bachillerato, sino que se centró pura y exclusivamente en el baile, obsesionándose hasta alcanzar lo más similar a la perfección que pudiese. Desde entonces todo fue así. Mejorar su técnica la hacía sentir capaz, le insistía que todo estaba valiendo la pena, que en ese lugar siempre sería el único en el encontraría consuelo para desahogar las emociones que no sabía expresar.

El cerebro de la mariposaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora