Capítulo 30

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Mi recomendación personal es que escuchéis esto de 2 minutos que os dejo aquí de Bely Basarte antes de leer el capítulo pero, como siempre, queda a vuestro criterio, queridxs.

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Hubo un instante de silencio, como la calma antes de la tormenta.

Y luego el trueno.

—¿Qué coño has dicho?

Aitana se cruzó de brazos, elevando el mentón, desafiante.

—Me has oído perfectamente.

Luis frunció el ceño, volviéndole a mirar.

—No voy a discutir esto contigo.

—¿Por qué? —presionó ella, viéndole darse la vuelta y huyéndole a compartir espacio físico—. ¿Porque tengo razón?

Él se detuvo un seco y se dio la vuelta, bruscamente, casi chocando con ella por la proximidad con la que le seguía los pasos.

—Porque no lo tomas en serio. —Solo dijo, frío—. Si ni siquiera has escuchado las tuyas.

Aitana presionó la fuerza con la que cruzaba los brazos, y al tenerle tan cerca no le quedó ninguna duda que la colonia impregnada en el jersey era suya.

Genial. Simplemente genial.

—¿Ves? No tienes nada que decir de ellas.

—¿Crees que era fácil para mí hacerlo? —preguntó, enfadada—. Solo con leer los títulos me bastó, si vas a gritar cosas a los cuatro vientos que luego no cumpliste. Me parecía estúpido ponerme de mala hostia porque sí.

—¿Qué no cumplí, Aitana? Ilumíname, anda —insistió, retándola.

—No estuviste —replicó, y las palabras salieron atragantadas de su garganta, con menos molestia que antes—. No estuviste para mí. Me dejaste llorando sola bajo la puta lluvia porque no podías hablar de tus puñeteros sentimientos.

Como si el paralelismo psicocósmico no fuese suficiente para darle surrealismo a la situación, otro trueno rompió el ambiente. La lluvia seguía cayendo copiosamente por las calles, y harían retumbar los vidrios por el viento si no fuese porque estaban reforzados.

Pero, aun así, el sonido a la tormenta era inconfundible.

—Habla la que a la primera de conflicto huye —bufó, poniendo los ojos en blanco—. Paso de discutir esto, Aitana, que no va a acabar en nada —dijo, negando con la cabeza—. Mi casa es lo suficientemente grande para los dos, quédate por aquí y yo me voy a mi habitación y listo.

—¿Huir? —repitió, ignorando olímpicamente todo lo que dijo después—. ¿Le llamas huir a irme a cumplir mi sueño? ¿Es que acaso debía pedirte permiso?

Luis se llevó las manos a la cara, frustrado, y tiró de sus propios rizos con las manos.

—Ese no es el punto y lo sabes.

—¿Entonces cuál es? Ilumíname —le imitó, descaradamente.

—El punto es que te importaba el ballet más que nosotros. —Soltó, sin más, mirándole a los ojos—. Que te importaba el ballet más que yo.

—¿Y es que acaso no te importaba a ti la música más que yo? —rebatió ella, histérica—. La música estuvo contigo muchos años antes que yo, Luis, como el ballet para mí. No es ni medio normal que me pidieses echar todo por la borda por nosotros, que nos caímos ante la primera precipitación.

El cerebro de la mariposaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora