Para cuando empezaron a llevar la cuenta, Amaia Romero ya llevaba desaparecida cerca de seis horas.
«Desaparecida» era, en realidad, una palabra muy fuerte, una palabra que definitivamente ninguno de los presentes quería pensar ni mucho menos decir en voz alta para cundir el pánico general, pero también era la más adecuada en ese caso, según el diccionario de la Real Academia Española, significaba: «adjetivo dicho de una persona que se halla en paradero desconocido, sin que se sepa si vive».
Y no se sabía si Amaia vivía.
No había ninguna clase de alarma que dijese lo contrario, pero tampoco que afirmase aquello, ya que la chica pamplonesa de veinticuatro años llevaba sin cogerle el móvil a nadie desde que se perdió por las escaleras de su edificio, después de pedirle a dos de sus amigos que por favor cuidasen a su hija unas horas. Desde entonces, cada vez que trataban de ponerse en contacto con ella, el tono de llamada sonaba un total de dos timbrazos antes de que alguien lo colgase manualmente, y nunca eran ellos.
Parecía que no quería ser encontrada.
La primera en notar lo peculiar de su huida fue Aitana, porque cuando trató de contactar con ella para preguntarle un dato específico sobre la alimentación de Olivia no recibió ninguna respuesta, ni siquiera por mensaje, a pesar de que dejó ella uno de voz para que la navarra supiese el motivo de su llamada. A ese mensaje se le unieron dos, y luego tres, y cuatro y cinco, uno más desesperado que el otro.
No eran sobre preguntas urgentes de situaciones de vida o muerte con su hija, no, pero eso no significaba que fuese normal para Amaia el ignorarle así, menos cuando estaba cuidando a aquella pequeña niña que tanto significaba para todos. Sabía y entendía que la chica estaba alterada, pero no podía dejar de resultarle extraño que no pareciese querer dar señales de vida con ellos, ni siquiera para avisarles cuántas horas más deberían quedarse con la criatura antes de que ella o el padre apareciesen en escena otra vez.
Sin embargo, la catalana eligió creer que Amaia quizás tenía el móvil en silencio o con poca batería, en lugar de seguir dándole rosca a la idea de que por alguna razón había decidido pasar de ellos en un momento así. Además, su tono cargado de angustia antes de recibirles en su casa solo podía significar que estaba desesperadamente en busca de aire fresco para pensar, y eso solo podía conllevar a que perdiese un poco la noción del tiempo en su afán de desconectarse antes de volver a plantarle cara a su vida cotidiana y a lo que eso iba a significar las consecuencias de los recientes acontecimientos con Alfred.
Pero las horas pasaban cada vez más y más rápidas y ella no aparecía, y eso logró encender todas las señales de pánico en la cabeza de la bailarina que hasta el momento se había mantenido al margen para que su estado de ánimo no influyese de ninguna manera en la bebé que acababan de dar de comer. Además, llevaba como cinco veces a punto de atenderle el teléfono a Belén sin querer mientras esperaba que Amaia le llamase, y estaba volviéndose una situación un poco ridícula.
Al final no tuvo más remedio que comentarle a Luis sus preocupaciones, y no fue sorpresa enterarse que él tenía las mismas, sobre todo porque él tenía más visto de primera mano lo sobreprotectora que podía ser la navarra con su hija, y lo muy fuera de personaje que estaba hacer semejante desplante. Todo indicaba a nada bueno para ninguna de las personas involucradas en su vida, pero el momento de realización final fue cuando se vieron obligados a llamar a Alfred para explicarle las suposiciones que se habían hecho en esos momentos donde el reloj se movía solo y sin voz.
El susodicho tardó en cogerles el móvil, incluso probablemente les ignoró al principio porque estaba en el trabajo y le restó importancia a un par de llamadas aisladas de Luis y Aitana, pero cuando ese par se convirtió en decenas no tuvo otra alternativa que atenderles. Y tardó en reaccionar, después, fue como si las palabras le entrasen por una oreja y le saliesen por la otra, sin tomarse la molestia de realmente atravesar su cerebro y decodificarse a pensamientos más o menos coherentes. Pidió que le repitiesen por lo menos tres veces lo que creían que pasaba, e incluso así parecía de piedra del otro lado del teléfono, como si hubiese perdido la capacidad para comprender el castellano; tanto que Aitana estuvo a segundos de ponerse a explicárselo en catalán a ver si en su lengua materna lograba coger alguna idea.
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El cerebro de la mariposa
Fiksi Penggemar[Aiteda. Universo alternativo] La mariposa monarca tiene un cerebro de apenas del tamaño de la cabeza de un alfiler, pero posee una brújula cuyo referente fijo es el Sol, con un reloj circadiano sumamente exacto basado en un ciclo de veinticuatro ho...