Medianoche.
Aitana todavía sentía el sudor frío pegado a la nuca, seco, a pesar de que a esa hora debían haber unos 20° que en nada se asemejan al calor abrasador que hacía cuando todo pasó, pero por alguna razón no podía (ni quería) quitarse del cuerpo los rastros de ese dolor. Por eso evitó a toda costa volver al hotel a tomar una ducha para quitar la mugre típica del suelo del callejón en el que se retorció sobre sí misma durante varios minutos, o la sangre que le cubrió las rodillas y que se mantenía en ese mismo lugar, como detenida en el tiempo, incluso también debajo de sus uñas.
Cualquiera pensaría que era ella la que acababa de abrirse la cabeza de un golpe certero.
O al menos cualquiera que pudiese verla, que seguro no eran muchos los afortunados de contemplar tal cuadro, si se mantenía en la suma oscuridad, alejada de cualquier farola que pudiese siquiera a alumbrarle la punta del dedo meñique del pie. En parte era porque no tenía intenciones de asustar a nadie con sus pintas, pero también era porque ella misma no quería verse para espantarse, sin embargo, tampoco tenía la fuerza de voluntad para moverse de la pared exterior en la que llevaba apoyada unas cuantas horas, y enfrentar el mundo real.
Era el momento justo para recordar cómo llevaba todos estos años viviendo en cámara rápida, a toda velocidad, huyéndole a cualquier pausa habida y por haber, para de repente encontrarse hundida hasta el fondo en una donde los segundos no pasaban, los minutos se reían de ella y las horas ni siquiera se dignaban en prestarle un segundo de atención para explicarle por qué coño la habían abandonado tal abiertamente.
Aitana solía aprovechar cada momento de cada día, cada mínima intersección entre un momento y otro, entre un lugar y otro, siempre era desesperadamente llenada con listas mentales para nunca tener un momento de vacío en el cual replantearse su vida y las decisiones que llevaba, a pesar de que nunca diese esa como razón más importante para vivir corriendo sin atreverse a parar. La llamaban una chavala muy determinada con sus objetivos, y ya, nunca a nadie se le ocurría mirar más allá y replantearse por qué tenía esa necesidad tan maniática de que siempre hubiese ruido retumbando desde dentro de su cráneo.
Nunca creyó que llegaría a un punto de su vida en el que no estuviese haciendo absolutamente nada por decisión propia, por lo que su versión del pasado, incluso de un mes y medio atrás, le diría que era una irresponsable y que definitivamente tenía mejores cosas que hacer que contemplar el vacío con la mirada perdida. Y ni siquiera estaba así porque no tuviese algo con lo que distraerse, porque el móvil llevaba vibrándole media vida en el bolsillo; ni porque no tuviese un lugar a dónde ir, porque se le venían a la cabeza con facilidad por lo menos dos lugares donde se suponía que sería más útil que ahí.
Pero... no podía. No se podía mover.
Era como si sus piernas hubieran decidido independizarse del resto de su cuerpo, creando dictadura con su cerebro, montándose su propio golpe de estado y decidiendo que no iban a seguir más sus órdenes. Eso la dejaba a ella clavada en el mismo lugar donde la habían dejado otras personas, las cuales tiraban de su cuerpo como si fuese ella la apagada desde la raíz de su sistema, después de insistirle ciento y una de veces que lo más adecuado era que entrase de una vez para revisarse.
El problema era que Aitana realmente no les había escuchado. Se sentía como durante un ataque de pánico, cuando las voces se oían difusas y distantes, y la vista se le empañaba casi impidiéndole identificar caras; la diferencia era que ahora no veía nada por los ojos rojos e hinchados de las lágrimas que corrieron como cataratas una vez dejó caer el móvil al suelo luego de llamar a emergencias, y que la razón por la cual no escuchaba nada era porque sus oídos estaban en huelga.
Funcionaban bien, simplemente no querían oír nada después de lo que habían escuchado cuando llegaron los paramédicos a la escena y la arrancaron a la fuerza del cuerpo inerte de su novio.
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El cerebro de la mariposa
أدب الهواة[Aiteda. Universo alternativo] La mariposa monarca tiene un cerebro de apenas del tamaño de la cabeza de un alfiler, pero posee una brújula cuyo referente fijo es el Sol, con un reloj circadiano sumamente exacto basado en un ciclo de veinticuatro ho...